En pleno siglo XXI donde nuestro mundo es por demás distinto al de nuestros padres y mucho más, al de nuestros abuelos, donde las concepciones del bien han cambiado al lado opuesto y las prioridades son sólo materiales y egocéntricas, cabe una reflexión importante, ¿Está Dios en nuestra vida? El éxito personal y profesional que hoy nos preocupa, ha hecho de nosotros una generación donde todo interesa más que una vida espiritual.
Hoy, lo verdaderamente importante es tener poder adquisitivo preponderante y así, vivir bajo el consumismo, comprar todo lo que está en los anaqueles, adquirir ropa y poseer los aparatos tecnológicos más avanzados… éstos son los parámetros que la sociedad ha marcado; nadie puede quedarse atrás, porque en la mente de toda la humanidad, estar en la élite es prioridad.
Cosas superficiales son las que nos invaden y hemos olvidado aquellas que no tienen valor que se pueda comprar, aquellas que tras de sí, no impactan con alguna marca registrada de renombre, las que no se pueden adquirir con una tarjeta de crédito, sino que provienen de Dios. La Fe es un claro ejemplo de ello, esta virtud es un requisito para acercase a Dios, “Empero sin fe es imposible agradar a Dios…” Hebreos 11:6.
Es entonces necesario trabajar, no por las cosas que perecen sino por las que “…a vida eterna permanecen…” Juan 6:27. En la escala de prioridades podemos ubicar la estabilidad económica y social, pero la espiritual siempre queda por debajo, al final de la lista; si la ubicación fuera a la inversa, lograríamos conseguir nuestras metas, no en el sentido egoísta y narcisista, sino bajo la dirección de Dios, dejando que sea Él quien nos guíe por el camino de la vida.
El Apóstol Pablo es un ejemplo para nosotros, él tomó un rumbo distinto al de la mayoría, para él, lo más importante fue cumplir su misión como Ministro de Dios, sirviendo por gratitud y convicción a la obra evangélica por lo que el Señor había hecho con él.
Viajó a cada uno de los lugares que tuvo a su alcance, publicó el nombre de Dios, levantó iglesias y logró su cometido: acrecentar el Espíritu de Dios en sus hermanos. Comprobado está, que la prioridad del Apóstol no era el éxito personal o la fama como producto de sus viajes misioneros, sino cumplir la tarea que le había sido encomendada directamente por Jesús.
El impacto en la mente humana al dejar todo lo que tiene valor material es muy grande, nadie se desapega fácilmente de sus bienes en esta sociedad, lo que se piensa es que quien más posea, es quien mejor debe ser tratado. Cuando un joven preguntó a Jesús el medio para adquirir la vida eterna y supo que el primer requisito era el fiel cumplimiento de los mandamientos; el Señor Jesús le indicó vender sus posesiones para repartir las ganancias a los pobres, cosa que entristeció al mancebo.
Los apóstoles, sin embargo; inmersos en dudas echaron suertes para mandar al más arrojado delante del maestro y al ser cuestionados al respecto, estos hombres eligieron abandonar todo lo que tenían, empleos y familia, después de lo cual, tuvieron como prioridad seguir de día y de noche a su maestro.
“Y cualquiera que dejare casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna.” Mateo 19:9.
La vida material es pasajera, lo que realmente perdura es de Dios, los días sobre esta tierra son sólo el medio por el cual ganaremos la bendición de ser levantados por el Eterno, dejemos que en nuestra vida esté el Creador y roguemos a Él, recibir la compensación espiritual a nuestro trabajo y fidelidad.
Fraternalmente Comité Editorial VOZ JUVENIL
No hay comentarios:
Publicar un comentario