La formación de nuevos líderes es una de las características que distinguen la vida de los más grandes siervos pues, eventualmente, ellos deberán confiar a otros la obra que se les ha encomendado.
Entre las muchas relaciones que ilustran la importancia de formar nuevos obreros ninguna ofrece tantos elementos instructivos como la relación que sostuvo Pablo con Timoteo. A lo largo de un período sostenido de compañerismo el apóstol invirtió profundamente en el joven que conoció en uno de sus viajes misioneros.
Eventualmente se convirtió en una de las personas de confianza del apóstol, y asumió la responsabilidad por aquellas obras que Pablo no podía seguir atendiendo. Los detalles de esta relación indican el camino que podemos recorrer nosotros en la tarea de formar nuevos siervos para la obra.
Cultivar una relación
Cuando Pablo conoció a Timoteo «quiso que fuera con él» (Hch 16.3). La frase indica que, desde el comienzo, Pablo invitó a Timoteo a ser parte de una relación, y no de un proyecto ministerial. Su proyecto de formación descansaba sobre un principio inviolable en la capacitación de otros: el discípulo debe pasar mucho tiempo con la persona que lo está formando. De hecho, las Escrituras revelan que el apóstol sentía un profundo afecto por el joven; por esto, se dirigía a él en sus cartas como a su «amado hijo» (1Ti 1.2, 2Ti 1.2). El cariño que Pablo sentía por él es uno de los ingredientes que lo guardó de ver a Timoteo como alguien que simplemente podía ayudarlo a cubrir el excedente de ministerio que no podía atender.
El primer paso en la formación de otros, entonces, es la disposición de pasar mucho tiempo con ellos. De hecho, si examinamos los evangelios podremos observar que Jesús reservó lo mejor de sus veinticuatro horas diarias para invertir en los doce, y de entre ellos le dio acceso exclusivo solamente a tres. No existe forma de sustituir este elemento, ni resulta atractivo hacer lo contrario, pues en el marco de una profunda relación se produce una transferencia de vida que simplemente no puede ser reemplazada con ninguna otra clase de actividad. Las personas que estamos formando deben tener la absoluta certeza de que nosotros los amamos más a ellos que a los ministerios que puedan realizar.
Ser modelo
El valor de la relación está en que permite que la formación salga del marco de la capacitación programada y formal, llevándola al plano de la transferencia inconsciente e invisible. Una gran parte de lo que aprendemos en la vida lo asimilamos simplemente por lo que hemos observado en otros que han tenido una importante influencia sobre nosotros. La mayoría, por ejemplo, copiamos los patrones matrimoniales que vimos en nuestros padres, aun cuando estos no fueran del todo sanas. El hecho de que compartiéramos durante tantos años el mismo hogar con ellos nos expuso a aprender patrones y actitudes sin que siquiera fuéramos conscientes de que los estábamos incorporando.
Del mismo modo la enorme cantidad de tiempo que Timoteo pasaba con Pablo sirvió para que el joven observara sus actitudes y comportamientos en una diversidad de situaciones. Cada experiencia compartida se constituyó así, también, en una lección impartida. Por esto, Pablo puede decir confiadamente que el joven líder ha «seguido mi enseñanza, conducta, propósito, fe, paciencia, amor, perseverancia, persecuciones y sufrimientos» (2Ti 3.10–11), y lo anima a que persista en el ministerio, aun cuando las situaciones se vuelvan complicadas.
Quizás una de las razones por las que evitamos el acceso a nuestra vida a los que estamos formando sea el temor a que vean las imperfecciones y debilidades, de las que somos tan conscientes. Aun en esto, sin embargo, la transparencia y humildad del líder pueden ser una gran inspiración al que está formando. No existe sustituto alguno para el legado que deja una relación de intimidad entre un Pablo y un Timoteo.
Compartir autoridad
Un líder no puede formarse a menos que el formador esté dispuesto a delegar responsabilidades y autoridad en su persona. Pablo lentamente fue confiando a Timoteo diferentes responsabilidades, enviándolo en representación del apóstol a diversas congregaciones (1Co 4.17; 1Tes 3.1–2). Esta es una parte fundamental del proceso, pues la obra no se puede aprender en un marco puramente teórico. No importa cuán eficaz haya sido el proceso por el que se haya impartido información, eventualmente será necesario que comience a realizarse la obra. Es precisamente por esto que Jesús comenzó a enviar a los discípulos, de dos en dos, a diferentes localidades. Aún quedaban muchos asuntos por aprender, pero el Señor entendía que la práctica es fundamental en el proceso de formación.
A la práctica se le debe añadir otro ingrediente, que es el respaldo que da el formador a la persona que está formando. Sin este respaldo la entrada al ministerio del líder nuevo será mucho más difícil. La persona que lo está formando goza de una autoridad y un reconocimiento que el joven aún no ha podido lograr. Formarlo para el ministerio implica la disposición de compartir esta autoridad y reconocimiento con el nuevo líder.
¿De qué forma logró esto Pablo? Cuando envió a Timoteo a la iglesia de Corinto incluyó una carta en la que animaba a los hermanos a recibirlo: «Si llega Timoteo, procurad que esté con vosotros con tranquilidad, porque él hace la obra del Señor lo mismo que yo. Por tanto, nadie lo tenga en poco, sino encaminadlo en paz para que venga a mí, porque lo espero con los hermanos» (1 Co 16.10–11). Del mismo modo el apóstol incluyó a Timoteo en varios de los encabezados de sus cartas, como co-autor de las mismas, aunque es probable que la contribución del joven líder haya sido mínima. De esta manera, sin embargo, Pablo le daba un aval público a la persona de Timoteo que significaba un importante respaldo para todo lo que emprendía.
Advertir sobre los peligros
Una de las razones por las que un joven líder puede rápidamente naufragar en el ministerio es no conocer los peligros ni los desafíos que enfrenta. Cuando damos nuestros primeros pasos en el ministerio creemos que no hay nada, ni nadie que podrá detener nuestro avance hacia las gloriosas conquistas que visualizamos. No obstante, en la sabiduría de Dios la fuerza del joven debe ligarse a la sabiduría de los que le han precedido en la fe. Los que ya gozan más experiencia pueden, y deben, señalar a los más jóvenes los peligros que deben evitar si es que desean correr con éxito la carrera que tienen por delante.
Las cartas de Pablo a Timoteo contienen una serie de advertencias relacionadas a los peligros inherentes al servicio que presta a la Iglesia un siervo. Lo anima reiteradamente a que evite toda clase de argumentaciones necias (1Ti 1.4–7). Le advierte que no debe apresurarse a la hora de imponer manos a otros (1Ti 5.22) y lo exhorta a que huya de las tentaciones seductoras del dinero (1Ti 6.11). Declara que vendrán tiempos difíciles en que muchos cambiarán el evangelio por un mensaje más apetecible para la carne (2Ti 3.1). En todo Pablo buscó la forma para que Timoteo fuera consciente de los errores más comunes en el ministerio e identificara los lugares donde más probablemente podrían ocurrir las emboscadas del enemigo. De esta forma contribuiría a que Timoteo no quedara rezagado por el camino.
Animar el corazón
Algunos estudiosos de la Palabra creen que Timoteo era una persona tímida que rápidamente se desmoronaba frente a las presiones que el ministerio le traía. Es posible que su personalidad no haya tenido la fuerza, ni el impulso que exhibía el apóstol Pablo, pero también es verdad que la soledad del ministerio muchas veces trae un agobio al corazón que dificulta la realización de la obra. Sin duda Timoteo experimentó en más de una ocasión el cansancio, la fatiga y el desánimo.
Un aspecto del compromiso del apóstol Pablo con él era animarlo continuamente. Las dos cartas que le escribió están repletas de tiernas exhortaciones a que no «tire la toalla» frente a las dificultades que enfrentaba. «Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza» (1Ti 4.12). «Al acordarme de tus lágrimas, siento deseo de verte, para llenarme de gozo, trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. Por eso te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (2Ti 1.4–6).
Uno de los peligros que enfrentamos en la tarea de formación es el de concentrarnos exclusivamente en el trabajo que están realizando los obreros, descuidando a quienes realizan la obra. En el proceso de servir a otros todo ministro experimentará un paulatino desgaste y transitará por épocas de desánimo. Pablo nos enseña que el obrero es tan importante como la obra que está realizando. Debemos tomar los pasos necesarios para asegurarnos que sienten, en todo momento, que velamos por ellos con un corazón pastoral sensible y tierno. Esto deberá incluir, aun, un cuidado de las necesidades físicas del otro. La preocupación del apóstol por este aspecto lo llevó a aconsejar a Timoteo: «ya no bebas agua, sino usa de un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades» (1Ti 5.23).
Impartir instrucciones claras
Muchas veces asignamos a una persona para que ocupe un lugar de responsabilidad en la Iglesia, pero debe descubrir sola la forma de realizarla. El ministerio nos presenta una interminable sucesión de eventos y situaciones donde no siempre gozamos de claridad sobre el camino a recorrer. De cuánta bendición resulta, entonces, acceder a la sabiduría y experiencia de otro que ha estado involucrado en la obra por muchos años.
Las dos cartas de Pablo están repletas de instrucciones puntuales acerca de los diferentes aspectos del ministerio que debía afrontar Timoteo. «Esto te escribo» —le dice—, «aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte para que, si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y defensa de la verdad» (1Ti 3.14–15). Entre otros asuntos, le da instrucciones acerca de la importancia de orar por las autoridades del gobierno civil (1Ti 2.1–2), la forma en que deben vestir y comportarse las mujeres (1Ti 2.9–15), los requisitos para seleccionar obispos (1Ti 3.1–7), y diáconos (1Ti 3.813), la responsabilidad de la Iglesia hacia las viudas (1Ti 5.316), los salarios de los ministros (1Ti 5.1718) y el manejo de situaciones que requieren disciplina (1Ti 5.1920).
Orar con perseverancia
Otro de los aspectos del compromiso que Pablo había asumido hacia Timoteo era el de cubrirlo en oración. «Doy gracias a Dios, a quien sirvo con limpia conciencia como lo hicieron mis antepasados, de que sin cesar, noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones», (2Ti 1.3). Sabemos, por otras cartas, que Timoteo no era el único beneficiado por la acción intercesora de Pablo pues parece haber cultivado un compromiso similar hacia todas las congregaciones en las que había participado.
No dudamos que el apóstol entendía que los más grandes avances espirituales en la vida de la persona que estaba formando debían conquistarse por medio de la oración. En esto no hacía más que imitar el ejemplo que dejó Cristo. Su oración por los discípulos en Juan 17 constituye uno de los más preciosos y profundos testimonios sobre el amor que sentía por los suyos. También animó a Pedro, frente a la prueba dura por la que estaba por pasar: «yo he rogado por ti, para que tu fe no falte» (Lc 22.32).
El compromiso de orar por aquellos que estamos formando debería ser una de los aspectos que distingue nuestra inversión en ellos. En momentos de oración no solamente podremos asegurar notables victorias espirituales a favor de ellos, sino que también nos serán revelados los puntos en que debemos enfocar nuestros esfuerzos en el trabajo que estamos realizando. Además de esto, sin saberlo estaremos también dejando un ejemplo que el otro podrá también incorporar a su propia vida, convirtiéndose él también en un hombre de oración.
Pasar la posta
En la segunda carta a Timoteo Pablo comparte una de las exhortaciones más importantes que dejó al joven ministro: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2.2). Ningún proceso de formación está completo si no hemos logrado transmitir al otro que el compromiso de formar nuevos obreros no debe, en ningún momento, interrumpirse. Cuando un siervo deja de formar a otros las congregaciones quedan a la deriva y el impulso del ministerio se interrumpe. Todo líder debe estar comprometido con la tarea de formar a otros para que la Iglesia siga avanzando, victoriosa, sobre las tinieblas.
Cuando Jesús estaba muy cerca de partir le dijo claramente a sus discípulos: «Como el padre me ha enviado, así también yo os envío» (Jn 20.21). La declaración no solamente constituía una exhortación a continuar con las obras de bien que él había realizado entre tantas personas, sino a comprometerse con el concepto de reunir un puñado de personas en las que pudieran volcar intensamente todo lo que habían recibido de él. De esta manera el Señor se aseguraba que la cadena de formación no quedaría interrumpida.
Un líder no puede esperar hasta que ya no encuentra alternativa para pensar en la responsabilidad de formar a otros. Cuando el traspaso de un siervo a otro se efectúa sin el debido proceso de formación se desencadena toda clase de dificultades y complicaciones que se podrían haber evitado si hubiera existido un plan de formación previo. Aunque Timoteo estaba inmerso en el proceso de ser formado por Pablo, el apóstol ya estaba plantando en él la inquietud por realizar ese mismo proceso con otros. Del mismo modo, el pastor sabio comenzará a pensar en quiénes son las personas que formará desde el primer día que asume responsabilidad en una congregación. El testimonio de la eficacia de su ministerio se podrá ver en la continuidad del ministerio después de que se haya retirado de él.
José Luis Navarrete Solórzano.
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