Estimados lectores del boletín, en esta semana deseo traer a su memoria una anécdota que alguna vez han escuchado o leído: en una provincia lejana había dos hermanos, que habían quedado huérfanos. Crecieron, pero el mayor era como un padre para el menor. Aquel hermano menor empezó a tener amigos, que lo fueron llevando a una vida desordenada; a la embriaguez, a los juegos de cantina, fiestas etc. Aquel hermano mayor se pasaba algunas noches en vela, esperando la llegada de su hermano y éste llegaba tarde, aunque el mayor siempre le llamaba la atención y le aconsejaba, el menor no prestaba atención. Una noche como a la media noche, tocaron la puerta; ¿quién? Pregunto el hermano mayor. ¡Soy yo, tu hermano, Ábreme rápido! Al abrir la puerta vio que su hermano llevaba sus ropas manchadas de sangre.
¿Qué te paso, hermano? Preguntó el hermano mayor. A cabo de matar a un hombre, contestó el hermano menor; escóndeme que la policía me viene persiguiendo. Aquel hermano mayor reprochando la mala conducta de su hermano, y no habiendo modo de esconderlo en aquel pequeño cuarto, le dijo ¡quítate esa ropa, y ponte la mía! El hermano mayor se puso la ropa ensangrentada. La policía llegó y se lo llevó preso, la ropa manchada de sangre lo identificaba como el asesino.
En aquella provincia existía la ley de vida por vida y muerte por muerte. Al día siguiente en la plaza pública sería fusilado; el hermano menor, sintiéndose culpable, se presento ante aquellas autoridades, diciendo: Señores, el verdadero asesino soy yo, mi hermano es inocente, pero nadie le puso atención. Señores, grito nuevamente, permítanme pasar a ver a mi hermano antes de ser ejecutado.
Al fin entro aquel malhechor, y llorando le dijo, hermano perdóname jamás pensé que tuvieras que pagar mi culpa con tu muerte. Aquel hermano mayor le contesto. Tengo que morir por tu culpa… Lo único que te recomiendo es que esa ropa limpia que te di no la vuelvas a manchar.
Esta anécdota tiene una hermosa reflexión para todos y cada uno de nosotros, recordemos que nosotros somos culpables y que la paga del pecado es muerte. Rom. 6:23
Pero Cristo como cordero sin mancha dio su vida por nosotros, librándonos de esa sentencia, lavando nuestras ropas sucias con su preciosa sangre.
Ciertamente llevó el nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él, herido fue, por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz sobre él, y por sus llagas fuimos curados. Isa. 53:4-5
Amado lector el Señor Jesucristo murió por ti, el se puso la ropa sucia que te pertenece y pagó la culpa tuya, con su muerte el te da nueva vida, nuevas ropas, nuevas esperanzas, cuida de no volverla a ensuciar. Ve y no peques más… el Señor nos bendiga. “ASÍ SEA”
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