Y tendré misericordia de Lo-ruhama; y diré a Lo-ammi: tu eres pueblo mío, y él dirá: Dios mío. Oseas 2:23
Hasta hace unos 2000 años aproximadamente, el pueblo de Israel creía que solo ellos eran el único pueblo elegido por Dios, y en parte tenían razón, ya que el Dios todo poderoso, les había dado solo a ellos la promesa, la data y la ley; veían a los demás pueblos con desprecio, inferiores a ellos.
La promesa de Dios dada a Abraham en Génesis 12 y 15, de que en él serían benditas todas las familias de la tierra y que su descendencia seria como las estrellas del cielo, ha sido cumplida hasta el día de hoy; los países más ricos del mundo lo son, porque las empresas más poderosas o los inversionistas más ricos, son Judíos; esa promesa de Dios no se ha apartado de ellos a pesar de su desobediencia, y la raza judía a sobrevivido a través de las generaciones a diferencia de otras razas que han desaparecido.
Si viéramos la historia de los Hebreos, parecería que solo ellos tenían la exclusividad de recibir las bendiciones, esa exclusividad solo fue porque así lo quiso Dios, y eso estaba condicionado a la obediencia de ellos; en particular había un sello distintivo entre los Judíos y los demás pueblos, era algo que los iba a distinguir por todas las generaciones después de Abraham; Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros… (Génesis 17:11)
Pero, ¿Qué diremos de los demás pueblos? ¿Están excluidos; Dios no pensó en ellos? ¿Hay algo que los condicione a pertenecer a ese exclusivo pueblo de Dios?
Aun antes de que la descendencia de Jacob (Israel) creciera hasta convertirse primero en el pueblo Hebreo y luego en Israel, ya se vislumbraba la magnífica sabiduría de Dios hacia los demás pueblos. Si leemos con atención en Génesis 35:23-26, no todos los hijos de Jacob fueron con Rachel y Lea, algunos fueron con las siervas de estas, Bilha y Zilpa; entonces no toda la descendencia de Jacob fue pura, ya que Dan, Neftalí, Gad y Aser fueron hijos que concibió con las siervas.
Estas son las primeras muestras de que Dios estaba incluyendo a otros pueblos; y gracias a la desobediencia continua de Israel, sus promesas alcanzaron a otros pueblos y naciones.
Más aun, la palabra de Dios muestra como desde mucho antes de que tú o yo existiéramos en este mundo, él ya pensaba en nosotros; Efesios 1:4,5 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad…
Ahora bien; de nada serviría que entendamos que no solo Israel ha recibido la exclusividad de ser el pueblo de Dios y que a nosotros nos es dada también esa enorme distinción, si no lo creyéramos. El apóstol Pablo dice en Romanos 1:16 y 17, que el evangelio primero es poder, a todo aquel que cree, que el evangelio es justicia que se revela por fe y para fe. Entonces es aquí donde aparece la primera condicionante, si queremos pertenecer a ese pueblo exclusivo de Dios; es necesario creerlo. Y creerlo nos lleva a una condición semejante a la del pueblo de Israel, ya que si queremos recibir toda la bendición de Dios, tenemos que obedecer a sus mandatos.
Esto nos lleva también a considerar lo siguiente; si creemos que somos ese pueblo elegido por Dios, entonces nuestra condición es de apartados, escogidos, Santos. ¿Somos ese pueblo santo para el Señor? ¿Por qué somos santos?
Consideremos el enorme amor y distinción que Dios nos quiere dar, y pensemos si hemos correspondido. Primero, Dios se compadecería de Lo-ammi, es decir; de la que no era su pueblo, y le llamaría pueblo mío (Oseas 2:23) luego, desde el profeta Isaías, se nos dice que todos los llamados de su nombre, para gloria suya los creo los formo y los hizo (Isaías 43:7) He aquí la muestra más contundente de que Dios, ama a toda su creación, y da la oportunidad que da a toda persona que desee ser parte de su pueblo, y la única condicionante hasta aquí es; creer que lo somos. Por estas sencillas razones, pero a veces complicadas de entender; es que somos parte, o podemos ser parte de ese pueblo.
Ahora ¿Por qué deberíamos ser ese pueblo santo, gente santa? En la actualidad, hay un auge por las religiones, y todas ellas profesan ser seguidoras de nuestro Señor Jesucristo, llámense como se llamen, pero ¿realmente son seguidoras del Señor? 1ª Juan 2:6 dice: El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. ¿Y cómo anduvo el Señor? Nunca se hallo mentira en él, nunca anduvo en festividades paganas, siempre apegado a las enseñanzas de sus padres; obediente, humilde, sencillo, manso, viendo por el bien de su prójimo. Era un ser realmente santo, apartado, escogido, así que cualquiera que se diga ser seguidor de Jesús, debe ser un imitador de sus actos. La Iglesia de Dios, es la única columna y apoyo de la verdad, es a la única que Dios le dio el más poderoso don, el don de su Espíritu Santo, el cual nos revela todas las cosas, es este poder el que nos lleva a creer, el que nos invita y exhorta a ser imitadores del Señor, (Juan 14:26) Por esto (entre otras razones) deberíamos ser santos.
Un día, alguien nos pregunta; y tu ¿a qué religión perteneces? Orgullosos respondemos: a la Iglesia de Dios; piensa y medita todo lo que esa respuesta implica: el que creemos que somos de Dios, para su alabanza y gloria, que somos imitadores de Cristo, y que nuestra historia es mucho más antigua que nuestra propia existencia. Los miembros de la Iglesia de Dios, estamos más que invitados, por nuestra historia, por ser quienes somos (o deberíamos ser), por pertenecer a quien pertenecemos; a ser ese pueblo santo. No crees que esto nos lleva a ser parte de un pueblo escogido, a ser gente santa, real sacerdocio. Pero; ¿Por qué nos escogió a nosotros? ¿Por qué te eligió a ti?
Así como Dios escogió a Israel solo porque así lo quiso, en su infinito e incomprensible amor, nos quiso arropar bajo el cobijo de sus alas de misericordia; y la mejor e insuperable muestra de ese amor, fue haber mandado a su hijo Jesucristo, quien con su muerte derribo las barreras que nos separaban de Dios, haciendo de dos pueblos (Judíos y Gentiles) uno solo; Efesios 2:14 porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación.
Y te escogió a ti y a mí; y hace la invitación a todos los que quieran pertenecer a este pueblo santo; porque Dios nos hizo especiales, con dones y talentos. Y Dios desea que esos talentos se los dediquemos a él; siempre he considerado que tanto miembros de la Iglesia de Dios, como los seres humanos, somos portadores de preciosos y preciados dones, solo es preciso creer que los tenemos y mejor aun; que los aprovechemos.
Pero también ya lo hemos mencionado, desde antes de nacer; Dios ya nos había predestinado para pertenecerle; así que nunca pensemos que el haber conocido la verdad y ser miembros de la Iglesia de Dios, fue obra de la casualidad, démonos la oportunidad de creer, que somos especiales.
Vestíos pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándonos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. (Colosenses 3:12,13)
Abracemos la gracia que nos es dada por medio de Cristo Jesús y el perdón, que sin merecerlo, Dios nos lo quiso dar, te quiso escoger a ti, desde el principio.
Lamentablemente, muy pocos se dan cuenta de la enorme bendición de ser sellados por Dios, e ignoran su origen; tanto que esa distinción se pierde y nos confundimos con todos los demás. Israel tenia tanto física como espiritualmente un distintivo sobre todos los demás pueblos; si era físico, lo era por la circuncisión (Génesis 17:11), y en lo espiritual, por sus ritos y costumbres religiosas; amen de cuando Israel se descarriaba, ellos tenían bien arraigada su identidad. ¿Nos podríamos distinguir nosotros de los demás como Israel? A través del tiempo ¿hemos definido bien nuestra identidad?
El solo hecho de pertenecer a la Iglesia de Dios, tendría que ser suficiente para distinguirnos de los demás, sin embargo; muy pocas religiones en la actualidad se distinguen físicamente; por poner algunos ejemplos, diremos que los mormones, cuando están en misión, es fácil distinguirlos por su vestimenta, en el caso de los hombres, pantalón negro camisa blanca y corbata y van de dos; la luz del mundo, por que las mujeres en especial, llevan falda larga y casi siempre llevan velo, el Islam, también se distinguen por su vestimenta que es una túnica larga que cubre casi todo su cuerpo. Podríamos decir que es muy poca la diferencia en este sentido entre nosotros (la Iglesia de Dios) y los demás, solo diremos que nuestra vestimenta es sencilla, por lo cual se tendríamos que pensar en algo más que solo vestimenta. Claro esto suponiendo que realmente la vestimenta sea no estrafalaria, si no; entonces menos habrá diferencia con los demás, en cuyo caso; nos confundiríamos con los demás.
Entonces hablemos de nuestros actos, aquello que es más notorio. Y aquí cabe una pregunta; en tu escuela, trabajo o en el lugar donde vives ¿saben que eres de la Iglesia de Dios? Porque sería una pena que nos avergonzáramos de ser quienes somos; el apóstol Pablo dice en Romanos 1:17: porque no me avergüenzo del evangelio, y así como hemos puesto de ejemplo al Señor Jesús, también muchas veces hemos mencionado como ejemplo a seguir a este héroe bíblico; Pablo, entonces no tendríamos porque avergonzarnos, si no por el contrario, sentirnos bendecidos y orgullosos, pero más que nada, corresponder a ello con buenas obras y actos dignos de un hijo de Dios.
Cuando el apóstol Pedro seguía a Jesús de lejos cuando le iban a juzgar, este se dio a conocer por su habla, dando con ello testimonio que su vida había cambiado, tanto que su modo de expresarse era notoriamente diferente; Marcos 14:70 ...Verdaderamente tú eres de ellos; porque tu manera de hablar es semejante a la de ellos.
Nuestra manera de hablar puede ser una identidad para los miembros del pueblo de Dios, no erréis; que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres (Corintios 15:33) así como el saludo; Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo. Paz a vosotros. (Lucas 24:36) ya que hasta hoy en día, no he escuchado a ninguna otra religión que tenga un saludo tan distintivo como el nuestro. Y tú ¿saludas a tus hermanos, como es debido? O ¿perdemos nuestra identidad en estos sencillos actos? Y el acto más notorio de nuestra identidad es comportarse con santidad en todo momento, tanto dentro como fuera del santuario, dando testimonio con nuestra vida que el espíritu de Dios obra en nosotros; mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza… (Gálatas 5:22,23) Recuerda, que el que dice pertenecer a Cristo, debe andar como él anduvo.
Nuestra identidad va mucho más allá que solo una vestimenta, de un titulo o nombre; nuestra identidad se centra en algo que el mundo no comprende, y que con mucha ilusión espero que tú comprendas; nuestra identidad es la de un santo, la de un apartado, la de un elegido; que cree y se siente como tal.
Todas las cosas le pertenecen a Dios, las que vemos o conocemos y aun las que no vemos y no conocemos; excepto una sola cosa, por la cual Dios pide de muchas maneras que le demos, que se lo dediquemos a él; dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos. (Proverbios 23:26)
Entrégale tu corazón, es decir tu voluntad, y Dios te abrirá los ojos del entendimiento, y verás un nuevo horizonte que jamás te habías imaginado, verás y conocerás cosas extraordinarias, créelo, vívelo, disfrútalo, como un pueblo santo.
Diacono Dan Medrano Pineda
Guadalajara, Jalisco
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