Un discípulo es un aprendiz o alumno de un maestro. Esto implica que el discípulo ha tomado la decisión propia o voluntaria para aprender de su maestro, reconociendo con ello la capacidad de éste. Con esta decisión, el discípulo reconoce su necesidad de aprendizaje y la superioridad de su maestro. Por ello, dispone de tiempo y recursos para lograr su capacitación, aplicándose intensamente en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Analizaremos los aspectos que conforman al discípulo o seguidor de Jesucristo, que es aquel que lo ha aceptado como su salvador, y que refleja en su vida la enseñanza y poder divino que lo han transformado.
El ejemplo de los doce apóstoles en su función de discípulos de Jesucristo
El Señor Jesucristo, después de ser bautizado inició su ministerio anunciando las buenas nuevas de salvación en tierra de Israel (Marcos 1:14-15). Aquellas personas que aceptaron el llamamiento se convirtieron en discípulos del Maestro. Es importante mencionar que un discípulo es aquella persona (varón o mujer) que después de recibir las buenas nuevas de salvación en Jesucristo, acepta al Señor como el único medio que conduce a Dios (Juan 14:6), creyendo que la muerte de Jesucristo borra sus pecados (Hechos 2:38) y así se rinde a su Señor, procediendo al bautismo como una manifestación pública de su fe. En ese momento se convierte en discípulo de Jesucristo, pues ha aceptado que él gobierne su vida y Dios le otorga de su Santo Espíritu para perfeccionarlo a la medida de su Maestro (Efesios 4:13).
Así, vemos que el Señor hacia y bautizaba muchos discípulos (Juan 4:1, 2), de tal manera que en un tiempo corto creció el número de éstos hasta convertirse en una multitud (Lucas 19:37).
En algún momento de su ministerio, el Señor eligió de entre sus discípulos a doce de ellos (Lucas 6:13), a los cuales llamó apóstoles (‘enviado’), debido a la labor que les había encomendado el Señor.
Estos doce varones, que habían recibido el título de apóstoles, no para ganar renombre humano, continuaron siendo sencillos discípulos de Jesucristo, y podemos ver en ellos los siguientes aspectos como seguidores del Maestro:
1. Aceptación de su Maestro. Le admiraban por ser superior (Lucas 8:24-25; Mateo 16:13-16 y 14:33).
2. Se reconocían como discípulos. Con humildad aceptaban su necesidad de aprendizaje (Mateo 13:36 y 15:15) y su incapacidad para transformar solos su mentalidad. (Mateo 19:10, Lucas 17:5 y Juan 6:68).
3. Recibían y aceptaban la enseñanza de su Maestro. La enseñanza del Señor era tanto oral (Mateo 5:2 y Marcos 1:22) como del ejemplo que les daba con su propia persona (Mateo 11:29 y Juan 13:15).
4. El Maestro los evaluaba y corregía de forma continua. El Señor los capacitaba y luego los enviaba a ejercer lo aprendido (Mateo 10:1, 5-7; Lucas 10:1, 8, 9). Cuando fallaban en la enseñanza, los corregía (Mateo 14:26-31, Lucas 9:52-55 y Marcos 9:25-29).
5. Recibían motivación de su Maestro. El Señor los hacía partícipes de sus triunfos espirituales (Juan 15:3; Lucas 10:17, 18 y Juan 14:12).
6. Entendieron claramente el objetivo de su vida. El Maestro enseñó con toda claridad cuál era el objetivo de la existencia de un discípulo. Les dijo: El discípulo no es más que su maestro… Bástale al discípulo ser como su maestro… (Mateo 10:24, 25) y también: “El discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro.” (Lucas 6:40)
El papel del hijo de Dios como seguidor de Jesucristo
El Señor dice en Juan 1:12 “…a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” ¡Qué hermoso privilegio! Esto no es exclusivo de los doce apóstoles, sino de todo aquel que al ser llamado por Dios, acepta a su Hijo y procede al arrepentimiento, bautizándose en el nombre del Señor Jesucristo, para perdón de sus pecados, y así comienza una nueva vida modelada por su Maestro y Señor, a través del poder divino.
Cada uno de nosotros, al igual que los doce discípulos, somos seguidores de Cristo (palabra griega que se traduce del hebreo Mesiaj).
También nosotros reconocemos en el Hijo de Dios a nuestro Señor y Mesías (Hechos 2:36). Esto quiere decir que Él es el Ungido de Dios (Lucas 2:26 y Juan 1:41), destinado por el Padre Eterno para redimirnos del pecado y de la muerte.
Al rendirnos (declararnos vencidos) ante el Señor Jesucristo, dejamos que Él conduzca nuestra vida y entonces ocurre lo siguiente:
1. Nos limpia de todo pecado por la fe en su muerte redentora (Romanos 6:3). Incluso los sentimientos de culpabilidad son destruidos por el Señor y con ello nos libera de nuestro pasado.
2. Renueva nuestra mentalidad (Efesios 4:22 y 23). Transforma nuestra forma de pensar carnal, hacia una mente espiritual (Santiago 3:13-17).
3. Iniciamos una vida nueva. Esta forma de vivir es creada por el Señor (Colosenses 3:10) y sucede al dejar que Él nos guíe, por eso le llamamos “Nuestro Señor”, porque Él gobierna nuestro existir y con alegría hacemos su voluntad, porque todo lo que pide es maravilloso.
4. Surgen los frutos del espíritu en nuestra persona para gloria de Dios (Juan 15:8). No por esfuerzo personal, sino como resultado de la presencia del santo Espíritu de Dios en cada discípulo y esto debido a la comunión íntima con Dios (Juan 14:23).
5. Perseveramos en la vida de piedad, imitando a Nuestro Señor: “…teniendo puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:2), y siendo nuestro futuro la santificación, en tanto llegamos a nuestro fin o meta: la vida eterna (Romanos 6:22).
Imitadores de Cristo: Una vida de testimonio fundada sobre la roca con manifestaciones de espiritualidad, santidad, fe y buenas obras
Un aspecto importante en la predicación del apóstol Pablo era demostrar que él no había inventado el evangelio, sino que había sido instruido por nuestro Señor Jesucristo (1ª Corintios 11:24; Gálatas 1:12); las aseveraciones personales en la vida del apóstol hablan de su transformación, pasando de un discípulo del judaísmo a ser un discípulo del Señor, situación que lo lleva a seguir el molde que el propio Señor Jesucristo le da, ya que no hay otro modelo sino la vida misma de nuestro Señor (1ª Corintios 11:1; 1ª Tesalonicenses 1:7).
Es así, que una vez que hemos decidido seguir a Cristo y nos hemos dejado moldear por el Señor, buscamos ser como nuestro Maestro, siendo una de las primeras enseñanzas y características que adquirimos, la humildad, si bien nuestro Señor nos da un carácter de victoriosos (Romanos 8:37). Siempre seremos humildes, ya que, como mencionamos antes, reconocemos un principio básico en el ejercicio de ser discípulo de Cristo: nunca superaremos al Maestro (Mateo 10:24-25), sin embargo, Dios nos ha dado todos los recursos para llegar a su misma altura (Mateo 10:24-25): Jesucristo es el objetivo en nuestra vida (Hebreos 12:2), seguir el paso a Jesucristo (1ª Pedro 2:21-22) sin cejar nunca, porque la distancia que ha recorrido nuestro Maestro es enorme, de lo cual estamos plenamente conscientes (Efesios 4:12-13). La estatura de Cristo es nuestra meta, darle alcance al Señor es la razón de nuestro esfuerzo.
Siendo pues justificados por el Señor (Romanos 3:24-26) somos dignos de ser discípulos suyos, por lo cual fundamentamos el ejercicio de nuestro discipulado únicamente en Cristo (Hechos 4:11, Efesios 2:20). Es pues el Señor nuestro único Maestro, ya que sólo de Él recibimos las normas de conducta (enseñanza) que nos dan la identidad de discípulos (Efesios 4:20-21; Mateo 28:20). Su palabra es la doctrina que cada día nos va moldeando más a su forma, lo cual implica una nueva forma de vida, renovada, la cual es como la del Maestro (1ª Corintios 2:16; 11:1; 1ª Pedro 2:22-23).
En los evangelios tenemos un sin número de eventos de la vida diaria del Señor, en los cuales podemos ver cómo reacciona nuestro Maestro, y siempre veremos que actúa de acuerdo a la doctrina que traía de parte de su Padre, nuestro Dios (Juan 17:6-8). Es esa enseñanza la que hacemos nuestra, la que transforma nuestro interior para vivir de esta manera. Cuando queremos de verdad ser discípulos del Señor, Él pone todos los medios para que nuestra forma de vida cambie, y así, ante sus enseñanzas actuamos, no nos quedamos estáticos como simples estudiantes o simpatizantes, que solo reúnen conocimiento. Este es el poder de la palabra del Maestro, de manera que nuestra vida es llevada (por el Señor) hacia la santidad, porque Él es Santo (1ª Pedro 1:15-16, Efesios 1:4) y conservamos esa santidad porque seguimos siendo guiados y enseñados por el santo Espíritu de Dios (Juan 14:25-26). Debido a que tenemos el Santo Espíritu de Dios, cada día nos parecemos más a nuestro Maestro, lo cual de forma natural (sin esfuerzo alguno) hace producir frutos espirituales (Efesios 5:9-10, Gálatas 5:22-23, 25), y esto es tan evidente que nuestros frutos dan testimonio de que somos sus discípulos (Mateo 7:16-20).
Multiplicando el número de los discípulos: El objetivo de ser discípulo
Como parte de esos frutos hay un aspecto que surge, desde el interior de nuestro ser, una vez que hemos sido sanados (salvados) de nuestra pasada forma de vida: es el compartir a otros nuestra experiencia de salud (Marcos 1:40-45), si bien en un principio (dadas las circunstancias), el Señor quiso trabajar de forma discreta, al finalizar su ministerio en esta Tierra, encarga a todos sus discípulos anunciar esas nuevas de salud (Mateo 28:18-20, 1ª Corintios 9:16). ¡No podemos quedarnos callados ante anuncio tan grato para la vida de cualquier persona!, aunque también existen consejos de nuestro Maestro para realizar de forma adecuada esta labor tan importante (Mateo 10:7-8, 16-20).
El trabajo consiste en predicar la salvación de Dios en todas partes, hasta lo más lejano de la Tierra (Hechos 13:47). De una u otra forma trabajamos y así cumplimos al pie de la letra con la encomienda del Señor. El propósito es hacerle saber a la gente que existe la forma en que puede mejorar su vida (sólo con la ayuda del Señor), sin importar cómo sea ésta y que puede sanar sus enfermedades espirituales y emocionales. Al hacerlo debemos ser prudentes y tomar las precauciones necesarias, ya que podría haber represalias (Mateo 10:22-23). Cuando hemos sido instruidos por el Maestro, somos formados de una manera óptima, así también es la enseñanza que daremos, una verdadera enseñanza, recibida del verdadero Maestro, lo cual dará como resultado que el número de discípulos de nuestro Señor se multiplique. ¡Ser un medio que Dios utiliza para anunciar su mensaje, es una grande bendición!
Joven y Señorita, si te has bautizado en el nombre del Señor por fe en él, eres su discípulo y él es tu líder y Maestro, quien venció al mundo, ¡tú también eres vencedor con su poder! Si aún no te bautizas, medita y date cuenta que el Señor Jesucristo es maravilloso, te ama y extiende su mano hacia ti, diciendo: “…si alguno oye mi voz y abre la puerta (de su corazón), entraré a él…” Apocalipsis 3:20.
Diácono Rubén Bartolini Salbitano
Diácono Álvaro Álvarez Reyes
Vicente Villada, Estado de México
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