¿QUÉ NO HARÍA YO POR MIS HIJOS?

En nuestra relación de Padres e hijos, en ocasiones nos encontramos con situaciones un tanto incomodas y hasta difíciles, cuando nos tenemos que enfrentar ante la petición o conducta de los hijos, con decisiones que por un lado sabemos que no serán del agrado de los hijos, pero por otro nos impulsa a tomar tales decisiones, pues sabemos o al menos, así lo creemos, que es lo mejor para ellos; ¿Qué padres no han expresado: que no haría yo por mis hijos? 

Con cuánta razón el Señor Jesús en cierta ocasión expresó: ¿Qué hombre hay de vosotros, a quien si su hijo pidiere pan, le dará una piedra? ¿Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente? (Mateo 7:9-10). Al respecto el Señor Jesús reconoció que aun siendo malos, sabemos dar buenas dadivas, lo que confirma que como padres “¿Qué no haríamos por nuestros hijos? La respuesta es Todo, absolutamente todo, cumplir su mínimo deseo, hacerle la tarea, “poner nuestra cara de palo” hablando por él o ella cuando se mete en un problema e intervenimos en su nombre para ayudarle, y sin exagerar, estamos dispuestos a ofrecer aún nuestra propia vida, por ellos.

Sin embargo, no obstante todas esas variadas formas de situaciones o actitudes que adoptamos como muestras de cariño hacia nuestros hijos; hay algo que paradójicamente hemos pasado por alto, una gran mayoría de padres (aclaro que no todos, felicidades a las honrosas excepciones) algo tan importante, dentro de su vida, cuya decisión buena o mala, repercute en gran parte de su existencia, y determina así mismo, en su futuro a corto, mediano y largo plazo, según sea el caso. 

Me refiero a la orientación que no hacemos, referente a la elección de su pareja, para efectuar el vínculo matrimonial. Dejamos que nuestro hijo o hija, tenga la absoluta libertad de escoger, pasando por alto que en la gran mayoría de los casos, no están capacitados para tomar tan importante decisión en su vida. Es necesario establecer que no estoy diciendo que como padres tengamos que decidir por ellos, han quedado muy lejos aquellos tiempos en que los padres concertaban el matrimonio de sus hijos, considerando solamente un interés económico, mezquino, en lugar de buscar el bienestar de sus hijos, que incluye el agrado de ellos mismos.

Algo que forma parte de ese “olvido” en los Padres, es lo que señala Deuteronomio 7:3: “No emparentarás con ellos: no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija, para tu hijo”. Como justificación ante tan imperdonable error, manifestamos, que este pasaje ya no está vigente, pues fue solamente para el Pueblo de Israel; o surgen también, una gran variedad de argumentos, tales como: “Es que es una decisión propia de mi hijo(a) y no tengo por qué meterme”; “no importa que no sea de la Iglesia, con el tiempo, se va a convertir”; “a poco casarse con un miembro de la Iglesia es seguridad que van a vivir bien”.

Nuestro Dios, como máxima prueba de lo buen Padre que es, y que realmente Él sí busca lo mejor para sus hijos; no se limita a prohibir solamente el no emparentar con los gentiles, sino que además señala los motivos y las graves consecuencias que esto trae, razón por lo cual dice: “Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos…” (Deuteronomio 7:4). Para quienes tienen en poco estas palabras y piensan que ya no están vigentes, me permito recordarles lo que el Apóstol Pablo dice al respecto: “Honroso es en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla…” (Hebreos 13:4). Aquí señala el Apóstol la importancia y calidad que Dios le da al matrimonio, tocando también, que debe ser sin mancilla, es decir, aquí reprueba a todos aquellos jóvenes, que llegan al matrimonio en una condición ilícita, buscan solamente en el acto de bendición matrimonial, regularizar su condición de fornicarios en que incurrieron, por lo que el casarse en esas condiciones, no garantiza que Dios les tenga que bendecir, pues añade el pasaje: “más a los fornicarios y a los adúlteros, juzgará Dios”. 

Así que para hacer las cosas “como Dios manda” es llegar al matrimonio en óptimas condiciones de pureza; lo que incluye y retomando nuestro principal tema es el no permitir la mixtura en nuestros hijos, pues también dice el Apóstol Pablo: “No os juntéis en yugo (desigual, añade la versión 60) con los infieles: porque ¿Qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el fiel con el infiel?

Hablando de la comunión en la mesa del Señor, con la mesa de los demonios, el Apóstol hace las siguientes preguntas de reflexión: ¿Provocaremos a celo al Señor? ¿Somos más fuertes que Él? (1ª Corintios 10:21-22). La falacia de decir: “es gentil, pero con el tiempo, llegará a ser miembro de la Iglesia”, que como sueño surge en muchos hermanos, que permiten emparentar por medio de sus hijos con los gentiles; ha causado una cantidad enorme de pérdida de miembros jóvenes de la Iglesia. Estoy consciente que esto que presento, es causa de inconformidad en muchos hermanos; hace algunos años, alguien a manera de reclamo, al predicar al respecto me dijo: “Yo no estoy de acuerdo con esos argumentos, mire, yo no era de la Iglesia, y me casé y ahora, ya soy bautizada” se toma como beneficio para la Iglesia, que el casarse con gentiles, aumenta su membrecía, y como que retamos a Dios, “lo provocamos a celo”; permítaseme añadir, con grande pena y sobre todo con mucho respeto, que esa hermana que manifestó su inconformidad por lo predicado por el suscrito, hoy forma parte de las estadísticas de divorcio; por lo cual reitero, que la Palabra de Dios no puede fallar; es un peligro latente el que nuestros hijos busquen pareja fuera de la Iglesia, reconozco una vez más que habrá sus honrosas excepciones, pero en su gran mayoría, termina cumpliéndose lo expresado por Dios: “Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos”. Esta es la lamentable realidad, del por qué, habiéndose realizado el Acto de Presentación ante Dios, año con año, de un número considerable de niños, y que después esos mismos hayan confirmado su fe, por medio del bautismo, después de casados o casadas, ya no formen parte de la Iglesia, han dejado su membresía, para servir a otros dioses, o simplemente, que es lo más importante y delicado, han dejado de servir a Dios.

Así que amados hermanos, si realmente queremos lo mejor para nuestros hijos, incluyamos en esa preocupación, el participar en la buena elección de pareja, para su vida matrimonial, la “ayuda idónea”, para nuestros hijos, que le permita ser un apoyo en el crecimiento espiritual en lo personal y para su familia, no una Jezabel, que lo induzca a servir a dioses extraños, y olvidarse de su religión, de su compromiso con Dios; o el varón temeroso de Dios, que realmente beneficie a nuestra hija, aquel hombre que sea una verdadera cabeza de la mujer, jefe de familia, que mande a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Señor, buscando con ello servir a Dios, y que no tome señorío sobre la mujer, para su beneficio personal.

Recordemos las palabras del salmista: “Si Jehová no edificaré la casa, en vano trabajan los que la edifican” (Salmo 127:1) no podemos dejar al destino o a la “suerte” el que nuestros hijos tengan como conyugue, a la persona adecuada; es lamentable oír: “que mala suerte tiene mi hijo(a) le tocó una mala pareja”, como si el formar un buen matrimonio, fuera cosa de “suerte” sabiendo que todo lo que no hagamos nosotros en beneficio de nuestro hijos, por supuesto que con la grande ayuda de Dios, nadie más lo va a hacer.

Si como inicialmente se señaló, buscamos en otras cosas superfluas o menos importantes, el darle gusto o el que nuestros hijos se vean beneficiados, en esto que no únicamente trae un beneficio inmediato, sino que depende o repercute en gran parte de su Vida Eterna, dejémonos de preocuparnos solamente, para ocuparnos más, por el futuro y felicidad de nuestros hijos. No es necesario en este caso, dar tu vida, no se trata de realizar ningún sacrificio, sólo el obedecer a Dios, no permitiendo que tu hijo(a) busque casarse con personas que no son de su misma religión.

DI NO, A LOS MATRIMONIOS MIXTOS, NO EMPARENTARÁS CON ELLOS.

Min. Elí Ortiz Fuentes

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