¿Se equivocó Dios o nuestro Señor Jesucristo? Es importante considerar que al hablar de las Sagradas Escrituras (o bien de la Biblia) nos estamos refiriendo a la voluntad de Dios expresada a través de hombres que aprendieron a amar a Dios, llevando una vida ordenada de acuerdo a las reglas establecidas por Dios, y que por tal razón, vivieron apartados de toda especie de mal. (1ª Corintios 2:9; 2ª Pedro 1:21)
Así entonces, traeremos a la memoria las palabras de nuestro Señor Jesucristo quien como enviado de Dios refirió esta palabras: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” Mateo 15:11. ¿Qué quiso decir nuestro maestro con tal expresión? ¿Es acaso esto una autorización de nuestro maestro que invita a comer todo lo que hay y existe? ¿O es el momento en el que la ley de alimentación pierde todo valor?
Para entender estas palabras, es necesario seguir el consejo que nos da Dios en los siguientes versículos:
Primer regla: “Porque mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá” (Isaías 28:10)
Segunda regla: ¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto es porque no les ha amanecido.” (Isaías 8:20)
De los pasajes antes referidos, se desprende la necesidad de observar con detenimiento cada una de las expresiones dadas para poder entender el sentido de las palabras. Debemos leer versículos anteriores y versículos posteriores (“…renglón tras renglón y línea sobre línea...”) además, se debe consultar y comparar lo que se dice en un pasaje con algunos otros de la misma escritura, pues entendemos que todos ellos fueron inspirados por Dios.
Hagamos uso de una primera regla y analicemos lo siguiente: “Entonces llegaron a Jesús ciertos escribas y Fariseos de Jerusalem diciendo: ¿Por qué tus discípulos traspasan la tradición de los ancianos? Porque no se lavan las manos cuando comen pan.
Y el respondiendo, les dijo: ¿por qué también vosotros traspasáis el mandamiento por vuestra tradición?” (Mateo 15:1-3). El discurso comienza con la intervención de personas distinguidas, derivado del conocimiento y preparación que tuvieron, pues pertenecientes al pueblo de Dios, hacen un reclamo al Señor Jesús (versículo 2); a quienes el Señor responde con otra pregunta (versículo 3). Aborda el tema haciendo referencia de manera enfática al quinto mandamiento, para que entiendan y reflexionen: “Honra a tu padre y a tu madre, porque tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” Éxodo 20:12
El mandamiento es claro de parte de Dios al ordenar a quienes somos hijos, a tener en alta estima a nuestros padres, dándoles el lugar que como autoridad les fue concedido, aprendiendo a amarles y respetarles, lo que no sólo beneficia a ellos en la parte afectiva y/o moral, sino trae beneficio a nosotros prolongando los días de nuestra vida. Pero ¿cómo podemos mostrarles amor a nuestros padres? ¿Es acaso sólo la muestra de afecto y respeto lo que nos hace cumplir con el mandamiento?
De manera personal recordemos por un momento quién estuvo al pendiente en los primeros años de nuestra vida, para alimentarnos, para cuidarnos mientras estábamos enfermos y para proveernos de las cosas indispensables en nuestra vida. Si, así es, de manera ordinaria son nuestros padres; pero debido a la naturaleza del cuerpo, sus fuerzas y habilidades con el paso del tiempo van disminuyendo, de tal forma que muchos de ellos ya no pueden valerse por sí mismos, ¿Quién debe hacerse cargo de ellos? ¿Tendrán derecho a disfrutar como nosotros y con nosotros de nuestros éxitos y a cosechar un poquito de lo mucho que en nosotros invirtieron? Siendo un mandamiento, el no practicarlo traía consecuencias: “Igualmente el que maldijere a su padre o a su madre, morirá.” (Éxodo 21:17). Así comienza el Señor Jesús a indicar a los escribas y fariseos la voluntad expresa de Dios, misma que derivado de sus tradiciones y costumbres, estaban pasando por alto: “Mas vosotros decís: Cualquiera que dijere al padre o a la madre: Es ya ofrenda mía a Dios todo aquello con que pudiera valerte; No deberá honrar a su padre o a su madre con socorro. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición” (Mateo 15:5,6)
Es decir, los Fariseos muy probablemente por alguna circunstancia para decidir quién era más importante, si “Dios” ó los “padres”, tomaron su decisión valorando como más importante a Dios que a los mismos padres, lo que con el paso de los años se hizo una ley al nivel de los mandamientos, pero no dándose cuenta que con ello, estaban pasando por alto la voluntad de Dios. ¿Es posible amar a Dios a quien no hemos visto y no amar a nuestros padres que si vemos? 1ª Juan 4:20. Esto dio como resultado, justificar a los hijos a no ayudar a sus padres porque ya habían prometido sus bienes a Dios impidiendo en algún momento el poder ayudarles. Es por ello que, el Señor Jesús no se detiene y les censura trayendo a la memoria las palabras del profeta Isaías: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón lejos está de mí. Más en vano me honran, Enseñando doctrinas y mandamientos de hombres.” Mateo 15:8,9. No era posible que dieran más crédito a un razonamiento humano aparentemente con fundamento y con ello omitir la voluntad de Dios.
Hasta aquí el Señor les ilustra haciéndoles ver su error y es entonces que llamando a los que les rodeaban dice estas palabras: “… oíd y entended”. “No lo que entra en la boca contamina al hombre; más lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” Mateo 7:11
Recordemos que la plática surge del reclamo que hacen los fariseos y escribas a Jesús, debido a que los discípulos no se lavaron las manos antes de comer pan.
A nosotros también parecería adecuado el señalamiento de los Fariseos, tomando en cuenta que como una regla de higiene y por cuestiones de salud, es recomendable lavarse las manos antes de comer; sin embargo, es necesario que apliquemos la segunda regla, el testimonio en el evangelio que relata Marcos para darnos una idea más clara de que trataba el asunto en cuestión Marcos 7:1-15.
“Y se juntaron a él los Fariseos y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalem; los cuales, viendo algunos de sus discípulos comer pan con manos comunes, es a saber, no lavadas, los condenaban. (Porque los fariseos y todos los judíos, teniendo la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavaren no comen. Y otras muchas cosas hay, que tomaron para guardar, como las lavaduras de los vasos de beber y de los jarros y de los vasos de metal, y de los lechos.) Y le preguntaron los Fariseos y los escribas: ¿Porque tus discípulos no andan conforme la tradición de los ancianos, sino que comen pan con manos comunes?” (Marcos 7:1-5)
Tomando en cuenta la segunda regla, analizamos las siguientes expresiones “manos comunes”, “Tradición de los ancianos”.
El reclamo a Jesús se dio no por un mandamiento de Dios, sino más bien, de una enseñanza humana, que con el paso de los años fue considerada como buena, convirtiéndose en una tradición y a través de la cual, censuraban a quien no la practicaba.
Recordemos algunos antecedentes dados por Dios a sus hijos:
Levítico11:24-28 La personas se volvían inmundas por tocar algún animal inmundo.
Levítico 11.32-35 Los utensilios se hacían inmundos si algún animal inmundo moría en ellos.
Levítico 11: 39,40 Las personas se volvían inmundas por necesidad e involuntariamente.
Levítico 15:19-21 La mujer y lo que usaba era inmundo por motivo de su ciclo menstrual.
Levítico 15:22,23 Los muebles y las personas en contacto con ella en ese tiempo eran inmundas.
Levítico15: 16,17. El varón era inmundo por tener derramamiento de semen.
Dios había dado estas órdenes, y quien incurría en alguna de ellas se volvía inmundo; y en tal condición, no podían presentarse delante de Dios (Levítico 15:31). Sin embargo, nuestro Dios fue cuidadoso, toda vez que no sólo les enseñó a ver qué cosas los hacían inmundos a la vista de Él, sino que también, les mostró la forma en que podían ser limpios; esto fue a través de una serie de lavamientos e instrucciones que debían seguir al pie de la letra (ritos). Levítico 11:24-40; Levitico15:16-3. Relacionemos ahora estos versículos, con lo citado por el mismo Señor Jesús en Marcos 7:4, y notemos las expresiones: “Las lavaduras de los vasos, jarros y lechos”… Ese era el mandamiento.
¿En qué consistía esa enseñanza de los Fariseos y escribas? Una vez más interviene el pensamiento humano ¿qué sucedería si una persona inmunda por alguna de las situaciones descritas o tal vez sin escrúpulos no se guardó, no hizo lo propio para ser limpia y saluda a otra persona que no supo de su inmundicia? En automático, la otra persona también se volvía inmunda, y si esa persona comía algo, lo que tocaba se volvía inmundo, convirtiéndose en una cadena interminable. Por lo anterior, probablemente los fariseos formularon un “mecanismo de seguridad”, llamémosle así, para estos casos.
“Porque los fariseos y todos los judíos, teniendo la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavaren no comen. Y otras muchas cosas hay, que tomaron para guardar, como las lavaduras de los vasos de beber y de los jarros y de los vasos de metal, y de los lechos.” (Marcos 7:3,4)
Nota: Este lavamiento incluía a alguien que vertía el agua sobre la mano del que se lavaba, sus dedos en primera instancia deberían estar hacia arriba, y una vez que el agua llegaba hasta las muñecas; el segundo paso era como el anterior, pero con los dedos hacia abajo; y en el tercer paso cada mano debía ser frotada con el puño de la otra mano.
Así entonces, se podían tener las manos limpias y lo que se comían no se volvía inmundo. Eso es, precisamente lo que el Señor Jesús reprueba, toda vez que en las leyes establecidas no se refirió nada al respecto del lavamiento de manos, esta era una enseñanza humana convertida en tradición y elevada a la calidad de ley a los ojos de los fariseos y escribas, pero no así ante los ojos de Dios. Por ello, las palabras del Señor “Y en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.” (Marcos 7:7)
Cristo después de ello dice: “No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” (Mateo 15:11). Los fariseos se incomodan y se molestan por lo que el Señor explica con lujo de detalles y agrega algo más: “Dejadlos: son ciegos guías de ciegos…” (vers. 14), cuyo final era fatal.
Tal parece que las palabras del maestro no eran fáciles de entender, y Pedro pide les explique esta última frase (Mateo 15:15,16), por lo que Jesús responde: ¿No entendéis aún, que todo lo que entra en la boca, va al vientre y es echado en la letrina? Mateo 15:17
En otras palabras, el Señor los insta a quitarse de ese miedo producto del pensamiento humano, las reglas ya las había dado el Padre, y los hace reflexionar cuando les preguntaba (parafraseando): “¿porque hacen de una tradición, mandamientos? Si quieren estar tranquilos hagan la voluntad de mi Padre, en tal caso, lo que comes una vez aprovechado se va a la letrina. Lo que te contamina no es eso, sino lo que está dentro de ti, en el pensamiento; razones válidas para muchos, pero con las cuales infringen la voluntad de Dios”… por ello las palabras del Señor Jesús:
“Más lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias.” (Mateo 7:18,19). Y termina el Señor Jesús su plática diciendo: “Estas cosas son las que contaminan al hombre: que comer con las manos por lavar no contamina al hombre.” (Mateo 15:20). Hagamos uso una vez más de la reglas establecidas por Dios y concluyamos, entendiendo que el Señor Jesús no está autorizando a comer cualquier cosa, sino más bien, está corrigiendo el pensamiento desviado del hombre, el cual, tratando de aumentar o corregir, desvirtúa y tuerce, como el ciego que guía a otro ciego y cuyo fin es muerte. “No añadas a sus palabras, porque no te reprenda, y seas hallado mentiroso.” (Proverbios 30:6)
Pedro entendió que no era un permiso para comer de todo, pues continuó haciendo diferencia en lo que respecta a su alimentación, entre animales limpios e inmundos aún después de que Jesús murió, resucitó y ascendió a la diestra de Dios. “Y le vino una voz: Levántate Pedro mata y come. Entonces Pedro dijo: Señor, no porque ningún cosa común e inmunda he comida jamás” (Hechos 10:13,14); lo que nos deja ver que Pedro sí puso su atención a los mandamientos de Dios (Levítico 11:1-23).
Sirva a nosotros este ejemplo, para llevar una vida ordenada y en limpieza, amando a Dios y sus palabras, mediante las que ha procurado siempre nuestro bienestar, no solo físico sino espiritual en todo tiempo.
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