¿Dónde se hallará la sabiduría?

El afán del hombre por adquirir un amplio acervo de conocimientos útiles para explicar los fenómenos que se manifiestan en nuestra realidad no es un suceso reciente.

Ya desde los antiguos es evidente la pasión con la que se interrogan sobre el mundo y sus aportaciones engendraron algunos hitos del conocimiento humano; la invención de la filosofía (Amor a la sabiduría) es resultado de la admiración griega ante el mundo.

Esa inquietud de preguntarse por el mundo, de buscar respuestas a incógnitas, de proponer soluciones a problemas, etc. No se limita a los helenos, sino que son rasgos fundamentales y distintivos de la especie humana.

Ante la imperiosa necesidad de respuestas para entender los fenómenos acaecidos en nuestra cotidiana realidad, emergió la ciencia entendida como un conjunto organizado de conocimiento que tienen por objeto ofrecer explicaciones racionales a múltiples y variados temas.

Sin duda, hoy día podemos aseverar que la ciencia ha heredado grandes beneficios. Con la aplicación práctica de la ciencia el hombre se ha hecho la vida más sencilla, placentera y segura. Empero, el empleo de la misma no se ha limitado para fines benéficos, resulta difícil de entender como el ingenio humano se usa para fines que ponen en riesgo su propia vida y permanencia. El desarrollo de armamento que puede ser utilizado para producir la virtual extinción de toda vida es responsabilidad del género humano.

Como consecuencia del progreso y los avances de la ciencia, los hombres le han conferido una excesiva confianza. Dicha confianza desmedida que ahora disfruta la ciencia ha llevado a la mayoría – no a todos – de los científicos a expresar que la sapiencia e inteligencia sólo pueden adquirirse por métodos científicos; según su visión un conocimiento que no ha superado filtros tales como teorías, leyes, hipótesis, empirismo, modelos matemáticos, etc. No puede ser considerado como tal y por tanto el conocimiento religioso tiende a ser relegado, desdeñado y excluido.

Ahora es menester reflexionar ¿únicamente el conocimiento científico merece ser considerado como medio para alcanzar sabiduría? Primeramente es de capital importancia señalar quien posee sapiencia e inteligencia.

En el libro de Job se formularon dos interrogantes: “Más ¿Dónde se hallará la sabiduría? ¿Dónde está el lugar de la inteligencia?” (Job 28:12), ambas preguntas reflejan la inquietud del hombre en busca de la sapiencia. Para responder las preguntas, las palabras de Job son apropiadas y tan decisivas que merecen ser reproducidas en su totalidad “Con Dios está la sabiduría y poder; suyo es el consejo y la inteligencia” (Job 12:13), a la misma conclusión llegó el rey David quien escribió: “Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (Salmo 147:5). En estos pasajes se evidencia a Dios como depositario y propietario de la sabiduría inagotable e inescrutable. Como es sabido por vosotros, Dios posee un atributo inherente y exclusivo denominado Omnisciencia. Dios es omnisciente porque tiene la capacidad y poder absoluto de saber todas las cosas que han sido, que son y que sucederán.

En razón de lo anterior podemos afirmar que la inmensa obra de Dios es una arquitectura de diseño inteligente, y eso lo advertía el monarca Salomón al escribir que “Jehová con sabiduría fundó la tierra; afirmó los cielos con inteligencia” (Proverbios 3:19). Solamente observar el universo es prueba suficiente para convencernos de que su principal constructor es un ser superior; análogamente la vida en nuestro planeta – en sus múltiples y variadas formas – así como el origen del hombre son resultado de acciones racionales emprendidas por un ente en demasía inteligente.

Profusa es la inteligencia de Dios y he aquí lo que expresó el soberano David “¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Muy profundos son tus pensamientos” (Salmo 92:5), además reconociendo el rey su ignorancia declaró refiriéndose a la Omnisciencia de Dios “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Salmo 139:6).

Quienes creemos en Dios hacemos a un lado el azar y la suerte para reconocer al Creador como la causa única e inmediata de todo lo que existe. Hoy ratificamos que la vida en nuestro planeta, el origen del universo, las complejas estructuras y procesos subyacentes en la naturaleza, no son consecuencia de accidentes aleatorios o fortuitos, al contrario la obra del Eterno es producto de su intervención directa, y la copiosidad de la misma es tal que el proverbista Salomón advierte límites de alcance cuando declaró: “…sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11).

No negamos las aportaciones de la ciencia, no obstante, es relevante reconocer que por sí sola es insuficiente para explicar la complejidad y diversidad de la creación de Omnipotente. Convencernos de nuestra ignorancia es reconocer que tenemos barreras de comprensión; dicha actitud fue adoptada por Job al no responder palabra ante el cuestionario que Jehová le hizo desde un torbellino. Dicho interrogatorio se describe en los capítulos 38 al 41 del libro homónimo y culmina con la aceptación de la ignorancia de Job cuando le respondió a Jehová “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2). Lo significativo de loa fragmentos – antes citados – radica en que ellos ratifican a Dios como monopolista de la sabiduría suprema.

Ahora indagaremos en la Biblia, cómo la sapiencia se presenta como un don del Eterno. En las Escrituras existen varios ejemplos que sirven como fundamento para inferir que la sabiduría se manifiesta como una dádiva de Dios; así Salomón la recibió como respuesta a su petición (1ª Reyes 3:5-14). De acuerdo a la Biblia, Dios le dijo a Salomón que le pidiera cualquier cosa que deseara, y Salomón le pidió sabiduría, la cual se le concedió.

Es menester profundizar en éste relato y dilucidar porqué o cuál fue la razón que convenció al Omnipotente para acceder a la petición del rey. Hablar del Rey Salomón es referirnos no sólo al tercer rey de todo el reino de Israel, sino también a un personaje célebre por el atributo de la sabiduría, sin embargo, no podemos argüir que Dios se la regaló sin mérito, al contrario fue justificada de la siguiente manera: “Más Salomón amó a Jehová, andando en los estatutos de su padre David…” 1ª Reyes 3:3. Podemos deducir entonces sin temor a errar que dicha sapiencia fue ganada como resultado del cumplimiento de los mandamientos de Dios. La observancia de los mandamientos de Dios por parte de Salomón trajo por añadidura la prosperidad de su reinado, alcanzando el mayor esplendor de la monarquía israelita.

No solamente Salomón reconoció el beneficio de la inteligencia como resultado de la obediencia de los mandamientos de Dios, sino que varios hombres lo testificaron llegando a homóloga conclusión; entre tales personajes están el rey David que escribió: “la ley de Jehová…hace sabio al sencillo” Salmo 19:7, el apóstol Pablo expresó: “…Tienes en la ley la forma de la ciencia y de la verdad” Romanos 2:20, Job dijo: “…He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” Job 28:28; podríamos registrar textualmente el pensamiento de otros personajes, no obstante, con ellos es suficiente para demostrar que “…Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia” Proverbios 2:6.

Es posible deducir que Dios ha puesto al alcance del hombre la sapiencia sólo y siempre que se cumplan dos condiciones; la primera consiste en observar los mandatos divinos, particularmente la Ley de Dios y la segunda no menos importante es solicitarle a él que nos la brinde. Para ilustrar la segunda condición he aquí lo que ha dicho Dios “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” Jeremías 33:3, de igual manera Santiago se propuso informarnos sobre la eficacia de la oración como medio para adquirir inteligencia. Nos dice “…Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” Santiago 1:5.

Hemos recurrido a la Biblia para desarrollar el tema, no sólo porque es el libro sagrado sino también porque es la piedra angular de nuestra doctrina y por ende una referencia obligada para quien está en busca de sabiduría; así lo indica el lenguaje que utilizó el apóstol Pablo “…Las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio…” 2ª Timoteo 3:15. Aquí Pablo aconsejó escudriñar la Biblia debido a la amplia información – útil para adquirir conocimiento – que alberga entre sus páginas y primordialmente porque es un libro cuyo autor principal es Dios.

La inteligencia y la sabiduría supremas son propiedad del Creador, no obstante, él las ha puesto a disposición del hombre a través de determinados medios y finalmente la ciencia es una manifestación más de lo divino, pues es como si a través de ella Dios otorgará al hombre la posibilidad de conocer sus secretos.

David Hernández Cruz
Cd. Labor, Estado de México

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