Dios creo al hombre a su imagen y semejanza, lo puso en el Huerto del Edén para que lo cuidara en compañía de su esposa, Eva. Era una vida perfecta. Pero le dio un mandamiento: “Más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás…” (Génesis 2:17).
En el momento preciso apareció la serpiente antigua, tentando a la primera pareja y diciéndoles: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1). Y ellos codiciaron el fruto prohibido y comieron de él. En ese preciso momento perdieron la imagen de Dios y descubrieron que estaban desnudos. Perdieron la dicha de vivir en el huerto y fueron arrojados fuera de él, así como la oportunidad de ser inmortales y sufrir el dolor y la muerte.
Esta situación continúa repitiéndose diariamente en cada hombre y mujer. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Perdimos la imagen y semejanza de Dios. En vez de ser misericordiosos, caritativos y bondadosos; somos violentos, egoístas y traicioneros.
Pero Dios no nos dejó con esta condición para siempre. El preparó a su Hijo, Jesucristo, para darnos redención, para poder recuperar la imagen perdida. “De consiguiente, vino la reconciliación por uno…” (Romanos 5:12).
Nosotros creemos en el sacrificio de Jesucristo, y logramos por medio de la fe, bautizarnos para perdón de nuestros pecados. Con ello, desaparece el hombre pecador, el hombre violento, egoísta, traicionero y recuperamos la imagen de Dios: “Porque somos sepultados juntamente con él a muerte por el bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida” (Romanos 6:4).
Y al igual que Adán y Eva, Dios también nos da una orden: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Los Diez Mandamientos son la regla que guía nuestra vida y evita que caigamos en pecado y perdamos nuevamente la imagen de Dios.
En nuestros días es muy fácil caer en pecado: tener dioses ajenos; cometer hurtos, fornicación, o deshonras a nuestros padres; tener codicia o no guardar el sábado. El pecado está frente a nuestros ojos y al alcance de nuestras manos. Pero nosotros tenemos la imagen de Dios, la cual debe resistir en todo momento al engañador, a la serpiente antigua, que vuelve a intentar hacernos caer y apartarnos de la Gracia de Dios.
Recordemos que Dios perdona al ladrón, al idólatra, al fornicario, al codicioso, antes de conocer su voluntad, de que sea bautizado y recupere la imagen de Dios en su ser.
“Si algunos viere cometer a su hermano pecado no de muerte, demandará, y se le dará vida; digo a los que pecan no de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que ruegue” (1ª Juan 5:16).
¿Cuáles son los pecados de muerte? Las obras que satisfacen nuestros sentidos llegando al desenfreno. “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, ira, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos, y cosas semejantes a éstas: de las cuales os denuncio, como ya os he anunciado, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios”. (Gálatas 5:19-21).
Pablo claramente nos dice cuáles son los pecados de muerte. Si alguno de los que ahora conocemos la Palabra de Dios reiniciamos algunas de esas cosas, no heredaremos el reino de Dios. ¿Por qué?, ¿Es acaso Dios injusto? En ninguna manera, porque Él ya perdonó una vez todos nuestros pecados y es imposible que lo vuelva a hacer, porque estamos perdiendo nuevamente su imagen divina.
“Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos participes del Espíritu Santo. Y asimismo gustaron la buena palabra de Dios, y las virtudes del siglo venidero. Y recayeron, sean otra vez renovados por arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios, y exponiéndole a vituperio” (Hebreos 6:4-6).
Joven, señorita: mantengamos la imagen de Dios en nuestro ser, no llevemos nuestros miembros al pecado porque no tendremos otra oportunidad de regenerarnos. ¿Qué quiere Dios de ti y de mí? Que continuemos cumpliendo su voluntad y demostrando que Él vive en nosotros. “Más el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23).
Ser santos como Él es Santo, es tener la imagen de Dios.
Diac. Israel Hernández Martínez
Tampico, Tamaulipas
1 comentario:
Excelente tema!!!!
Publicar un comentario