Basando nuestra victoria en Dios

No creo que exista una persona que no se imagine victoriosa. Todos anhelamos sobresalir en algún aspecto en este mundo tan competitivo. Los atletas en su deporte, los estudiantes en su escuela, los trabajadores en su empleo.

Todos buscamos alcanzar la victoria. Y en esta ocasión analizaremos a un hombre que es sinónimo de fuerza; Samsón, el cual con su fortaleza física ganó muchas batallas y destruyó a grandes ejércitos. “Y fue Samsón y cogió trescientas zorras, tomando teas, y trabando aquéllas por las colas, puso entre cada dos colas una tea. Después, encendiendo las teas, echó las zorras en los sembrados de los Filisteos, y quemó hacinas y mieses, viñas y olivares.” Jueces 15:4-5. Ataron a Samsón con dos cuerdas nuevas, e hiciéronle venir de la peña. Y así que vino hasta Lehí, los Filisteos le salieron a recibir con algazara; el espíritu de Jehová cayó sobre él, y las cuerdas que estaban en sus brazos se tornaron como lino quemado con fuego, las ataduras se cayeron de sus manos, y hallando una quijada de asno fresca, extendió la mano y tomóla, e hirió con ella a mil hombres. Y acabando de hablar, echó de su mano la quijada, y llamó aquel lugar “Ramath-lehi” Jueces 15:14-17. En esta última cita, encontramos que Samsón fue tomado prisionero, pero al encontrarse con los Filisteos, con su formidable fuerza se liberó e hirió a mil hombres con una quijada de asno. ¡Qué gran victoria! Él sólo contra un ejército.

Sin embargo sucedió esto: “Y teniendo gran sed, clamó luego a Jehová, y dijo: Tú has dado esta gran salud por mano de tu siervo: ¿Y moriré yo ahora de sed, y caeré en mano de los incircuncisos?” (Verso 18). ¿Qué le había pasado al fortísimo Samsón? ¡Estaba muriendo de sed! ¿Dónde estaba el hombre que había dicho: “Con la quijada de un asno, un montón, dos montones; con la quijada de un asno herí mil hombres”?

Después de su gran victoria Samsón estaba desalentado, y creía que era tan grave su situación que iba a morir. Su fuerza ya no le servía, tenia sed y no veía de donde podría obtenerla. ¡Qué triste fin: moriría no víctima de una venganza ni en una batalla, sino de sed!

Pero en ese momento se acordó de algo ¡de qué podía invocar a Dios! ¿Y qué le respondió Dios? “Entonces quebró Dios una muela que estaba en la quijada, y salieron de allí aguas, y bebió, y recobró su espíritu y reanimóse” (Verso 19)

Con la quijada que había herido a mil hombres, la que había tirado porque ya no le servía, de ahí, de una muela, Dios hizo que salieran aguas y Samsón no muriera. Es más, recobró su espíritu y se reanimó. Recuperó la confianza en sí mismo. ¿Y gracias a quién? A Dios. El cual responde en cualquier momento.

Hoy también nosotros buscamos vencer, y a veces lo logramos pero con cualquier obstáculo caemos en desaliento. ¿Por qué? Porque nos olvidamos de Dios, e intentamos lograr todo por nosotros mismos. Pero Dios está ahí. Él quiere que seamos victoriosos no únicamente en el aspecto religioso sino en nuestra vida personal y profesional. Sólo hay que basar nuestra victoria en Dios. En los momentos de triunfo y en los de derrota, en los momentos felices y en los de desaliento… invoquemos a Dios, para que Él nos esté acompañando. “Pero todo aquello que es nacido de Dios vence al mundo: y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1ª de Juan 5:4) Así es, basando nuestra victoria en Dios no caeremos en desalientos ni en amarguras; continuaremos nuestro camino hacia el éxito. 
Obr. Israel Hernández Martínez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente artículo, Dios bendiga al autor!!