“Y dijo Josafat: ¿hay aun aquí algún profeta de Jehová por el cual consultemos? Y el rey respondió a Josafat: Aun hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Miqueas hijo de Imla; mas yo le aborrezco porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal: Y Josafat dijo: No hable el rey así” (2ª Reyes 22:7-8)
Es cierto que con mucha frecuencia, para algunos… o para muchos, la amonestación se vuelve odiosa, molesta, pesada, desagradable, y se prefiere eludir, a veces de forma inconsciente, pero otras aun de forma consciente. Hace algunos años, unos meses antes del dos mil, había un rumor generalizado de que el mundo se iba a acabar, quizá por el cambio de milenio, la cuestión es que se hablaba de un posible fin del mundo para esas fechas; había tanto temor que el jerarca mayor de una organización religiosa muy grande, tuvo que salir al paso y debió tranquilizar a sus feligreses, diciéndoles que no se inquietaran, que todo estaba bien, que no había nada de qué preocuparse; llegó y transcurrió el año y no sucedió nada… y todo siguió igual.
Esa anécdota me hizo reflexionar sobre varias cosas, me hizo pensar en que bueno habría sido si ese señor hubiera capitalizado esa inquietud, exhortando a su grey, persuadiéndola a que buscara a Dios, que se arrepintiera de sus malos caminos y se convirtiera al Todopoderoso, pero no, sólo se limitó a decirles: “No tengáis miedo” “todo está bien, no hay ningún problema”, me parecieron tan semejantes esas palabras a las de aquel personaje que embusteramente dijo a aquella mujer, como susurrándole lentamente al oído: “No moriréis, seréis como dioses conociendo el bien y el mal…” cuando la sentencia categóricamente y enfáticamente del Señor había sido “El día que de él comiereis moriréis…”
Del ejemplo anterior, podemos entresacar y demostrar que es más fácil recibir los halagos que la reprensión, los aplausos que la rechifla, la lisonja que la crítica, la adulación que la afrenta, la mentira que la verdad, y no obstante lo anterior, la palabra de Dios es un constante llamado a la auto evaluación, al autoanálisis de nuestros propios actos.
Los que predicamos, lo que escribimos para el pueblo de Dios, no podemos soslayarnos de esa actividad aunque eso no sea tan agradable. En este mismo sentido, creo que el Profeta Nehemías no sería muy popular entre sus contemporáneos, pues veamos dónde le llevaba su celo: “Y reñí con ellos, y maldíjelos, y herí algunos de ellos, y arranquéles los cabellos…” (Nehemías 13:25), también cabe señalar lo que escribió el Apóstol de los Gentiles Pablo cuando preguntaba a los Gálatas: “¿Me he vuelto vuestro enemigo por decirles la verdad?” (Gálatas 4:16).
Un ejemplo muy claro de lo anterior es el que se encuentra en 1ª de Reyes 22:8, que es el texto que introduce este tema, donde se manifiesta que aquellos que hablan con la verdad, no siempre gozan de la mayor estimación: “Y el rey de Israel respondió a Josafat: aún hay un varón por el cual podríamos consultar a Jehová, Miqueas, hijo de Imla: más yo le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal…”
El rey de Israel, a pesar de su aversión hacia Miqueas, reconocía que era profeta de Dios, aunque precisamente ese odio estaba basado en las amonestaciones o reprimendas que recibía constantemente de parte de él.
Consideremos también que el Señor Jesús habría podido, de haberlo querido así, suavizar sus relaciones con los fariseos o los escribas, pero al contrario, le miramos fustigar duramente sus conciencias con sus palabras que resultaban ser como aguijones, que por consecuencia le ganaron la animadversión (antipatía, rencor) de sus reprendidos.
El pueblo de Israel en muchas ocasiones fue calificado por el Creador como un pueblo duro de cerviz, (Éxodo 32:9; Deuteronomio 9:6; 2ª Reyes 17:14, etc.) es decir un pueblo rebelde, terco, obstinado en el mal, no obstante haber atestiguado la bondad y las maravillas del Señor, y creo que en ese caso es muy pertinente hacer un comparativo entre las actitudes altaneras de ese pueblo y las que seguramente nosotros albergamos de igual forma.
Es muy común también, que los hombres ilusamente asuman ciertas actitudes de franca autocomplacencia, tratando de ver solo aquello que les agrada y pretendiendo ignorar de forma consciente, aquello que les es contrario o que evidencia su mal proceder, esto es lo que sucedía con el rey de Israel, Achab, contaba con una legión de sacerdotes muy a modo a sus pretensiones, eran esos que siempre estaban prestos, dispuestos y compuestos para decir lo que sabían habría de agradar a los oídos del rey, había un contubernio, un arreglo espiritual entre ellos y el rey, que les redituaba canonjías (privilegios, oportunidades) para ellos; en contraste, el Profeta del Señor, Miqueas, quien se desempeñaba con honestidad y lealtad, no a su rey, sino a su Dios, era aborrecido porque sus palabras y sus juicios siempre resultaban cáusticos y caóticos a las expectativas del rey, “solamente mal me profetiza…” se quejaba este con su interlocutor, por eso era relegado y se le mantenía en una perpetua cuarentena, exiliado de su propio país y más aún, exiliado de su propio oficio como profeta del Señor. Lo cual hace pensar que para muchos resulta ser más cómo adoptar la postura del avestruz, de esconder la cabeza en un agujero para ignorar el peligro, dice un viejo adagio: “¡Ojos que no ven, corazón que no siente!”
Empero, la amonestación del Señor siempre está presenta para su pueblo, no obstante el rechazo que de ella haga el mismo pueblo, un ejemplo de ello es el siguiente texto: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Más dijeron: No andaremos” (Jeremías 6:16), ¿Es acaso que Israel estaba asumiendo la actitud de un muchacho terco, necio que se rehúsa a obedecer al Padre? Al parecer vemos en este pasaje al padre bondadoso que se preocupa por el hijo y desea lo mejor para él, y en ese sentido le aconseja, pero, ese hijo pertinaz simplemente lo rechaza, esa actitud del pueblo de Israel es con mucho una actitud muy común en nosotros, es tácitamente (manifiestamente) la misma actitud, quizá no expresamos con palabras nuestro rechazo al Señor, pero con nuestras obras, bien que lo hacemos.
En el libro de Job encontramos unas palabras muy similares, aunque algo más desafiantes: “Dicen pues a Dios: Apártate de nosotros, que no queremos el conocimiento de tus caminos, ¿Quién es el todopoderoso para que le sirvamos? ¿Y de qué nos aprovechará que oremos a Él? (Job 21:14-15).
En el libro del Profeta Isaías 30:10 dice algo muy afín a lo que venimos considerando: “Que dicen a los videntes: No veáis, y a los profetas: no nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras”, el escritor viene refiriéndose aquí, a la actitud del pueblo hebreo, y démonos cuenta hasta qué grado llegaba el descaro, la desfachatez de solicitar a los profetas y videntes hablarles de cosas lisonjeras, aduladoras antes que hablarles con la verdad, esta era exactamente la misma condición del rey Achab que vimos en párrafos anteriores.
Empero en Isaías 5:20 el Señor es contundente al afirmar: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo.” Estas palabras del Señor golpean, arremeten y derriban cual ariete esa absurda postura de autocomplacencia de la cual hemos venido hablando; este texto nos revela que el tergiversar las cosas, es decir: el cambiar los conceptos de bueno por malo y viceversa, no es nada nuevo, ha sido una tendencia de los hombres desde siempre, auspiciada, y asistida por el engañador, recordemos que dijo: “No moriréis…”
Es necesario que entendamos, que el Señor siempre quiere lo mejor para nosotros, y que nuestra visión es escasa, no podemos más caer en la actitud obtusa (necia, torpe, inepta) de negarnos a cambiar por donde nos ha marcado solo la pena de sufrir las consecuencias, Jeremías 2:19 dice: “Tu maldad te castigará y tu apartamiento te condenará, sabe pues y ve cuan malo y amargo es haber dejado tú a Jehová tu Dios y haber faltado mi temor en ti, dice Jehová de los ejércitos.” Esta sentencia pesó terriblemente sobre el pueblo Hebreo, pero nosotros hoy, no podemos sentirnos excluidos de lo mismo si es que torpe y sistemáticamente nos negamos a cumplir con su voluntad, dice también Jeremías 2:27: “Me dieron la cerviz y no es rostro.” Es lo que hacemos nosotros, cuando, conociendo su voluntad la ignoramos, el libro de los Proverbios 29 dice: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado; ni habrá para él medicina.” El Profeta Oseas, es muy congruente también con esto: “mi pueblo fue talado porque le faltó sabiduría…”
El Señor, es compasivo, es lento para la ira, y grande en misericordia, esta es una de sus virtudes de la cual más abusamos los seres humanos; no obstante todo tiene un límite; los brazos del Señor Jesús están abiertos para recibir a quien tenga el deseo de llegarse a Él, empero esa invitación tiene también un límite, el Profeta Isaías (55:6) dice: “Buscad a Jehová, mientras puede ser hallado, llamadle en tanto esta cercano” es por demás elocuente este texto, debemos buscarle mientras podamos hallarle, llamarle en tanto está cercano, no seamos insensatos, sino humildes. La rebeldía del pueblo hebreo hizo que toda aquella generación (excepto dos personas) que salió de Egipto, quedaran postradas en el desierto.
Si a ellos no perdonó…
Debemos también tomar como una advertencia para nosotros, si es que empecinadamente nos rehusamos a cumplir con su voluntad, habremos de correr la misma suerte; el Apóstol de los gentiles, Pablo, escribió: “Si a las ramas naturales no perdonó, a ti tampoco te perdone” (si es que mostramos el mismo patrón de desobediencia que Israel) es muy cierto, que el Amor del Señor lo sobrepasa todo, y que así mismo “Su misericordia es como la altura de los cielos sobre la tierra”, pero aun así, todo tiene límites, incluso la paciencia de nuestro Dios, y de rebasarlos, sufriremos las consecuencias, por lo tanto, debemos mostrarnos humildes y obedientes ante Él, y prestos cumplir con su voluntad, dejando esa actitud de rebeldía que nos caracteriza. Recordemos la sentencia del Señor Jesús: “El que se humille será ensalzado, y el que se ensalce será humillado” (Lucas 14:11). No tengamos, la cerviz de hierro, como dice Isaías 48:4: “Porque conozco que eres duro, y nervio de hierro tu cerviz, y tu frente de metal”, metafóricamente hablando, se representa con esto al hombre orgulloso, soberbio, altivo, aquel que no se humilla ante su Creador, como ya lo vimos, Él puede humillar a los que andan en altivez, seamos obedientes, sumisos delante de Él, su agrado es con los que le buscan de noche y de día, con un corazón sincero, recordemos lo que dice el Salmo 51:17: “…al corazón contrito y humillado no despreciarás tú oh Dios”
Min. Francisco Juárez Pérez
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