Dios, en su grande misericordia nos ha llamado para servirle y para hacer bien (Romanos 8:28) “Y sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, es a saber a los que conforme al propósito son llamados.” Así que, entre tanto estamos en esta vida, hagamos bien, luego, el pensamiento humano comúnmente es: “si yo tuviera dinero, haría esto o aquello”, pero cuando se propone a hacer bien, dice la palabra de Dios en Hechos 3:3-6 “Este, como vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, rogaban que le diesen limosna, y Pedro, con Juan, fijando los ojos en él dijo: mira a nosotros, entonces él estuvo atento a ellos esperando recibir de ellos algo, y Pedro dijo: ni tengo plata, ni tengo oro; más lo que tengo te doy; y aquel varón volvió a caminar.”
Amados hermanos, tenemos toda la bendición de Dios para hacer bien y esto conlleva a trabajar, tanto en el aspecto material, como en el espiritual; el Apóstol Pablo nos dice en los Hechos 20:34-35: “Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario, y los que están conmigo, están en manos me han servido en todo os he enseñado que trabajando así”; es necesario sobrellevar a los enfermos y tener presente las palabras del Señor Jesús. El cual dijo: “mas bienaventurada cosa es dar que recibir”.
¡Qué bendición tan grande tenemos! Cuando hacemos bien a nuestros hermanos, vecinos, y todos los que están a nuestro entorno; seriamos mejores hijos de Dios, trabajaríamos por ser mejores esposos, mejores padres, mejores abuelos (según el caso); si hacemos bien, no hay que cuidar quien hace o quien no hace, porque la bienaventuranza, es para el que vive y hace bien el evangelio.
En Mateo 24:46 dice: “Bienaventurado aquel siervo al cual cuando su Señor viniere le hallare haciendo así”, por lo tanto, no nos cansemos de hacer el bien. La Biblia enseña, como una viuda hizo el bien al siervo de Dios (1ª Reyes 17:10-12) “Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta, y como llego a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas (leña) y la llamó, y díjole: ruégote que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba y llenando ella para traérsela, él volvió a llamar y díjole: ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano y ella respondió: vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido, que solamente un poco de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija: y ahora cogía dos serogas, para entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que comamos, y nos muramos.”
¡Qué ejemplo de esta viuda! En medio de su pobreza no se rehusó hacer el bien, no obstante que contaba con muy poco alimento, por lo cual, ¡qué bendición tan grande recibió de Dios! Porque obedeció al profeta de Dios llamado Elías. (1ª Reyes 10:13-14): “Y Elías le dijo: no haya temor; ve haz como has dicho, empero hazme a mi primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza y traérmela; y después harás para ti y para tu hijo, porque Jehová, Dios de Israel ha dicho así: la tinaja de la harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra.”
Cuando obramos bien, tenemos abundancia de pan en nuestros hogares, aprendamos a confiar en Dios y el proveerá entre tanto hagamos bien y aprovechemos los días de nuestra vida, como dijo el Apóstol Pablo en Romanos 2:7: “A los que perseverando en bien hacer buscan la gloria y la honra e inmortalidad de la Vida Eterna.”
Min Rosendo Ruiz Juárez
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