Promesas sin cumplir

“Y como hubieron cantado el himno, se salieron al monte de las Olivas. Jesús entonces les dice: Todos seréis escandalizados en mí esta noche; porque escrito está: Heriré al pastor, y serán derramadas las ovejas. Más después que haya resucitado, iré delante de vosotros á Galilea. Entonces Pedro le dijo: Aunque todos sean escandalizados, más no yo. Y le dice Jesús: De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces. Mas él con mayor porfía decía: Si me fuere menester morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo.” Marcos 14:26-31

Ha concluido el ministerio del Maestro, han tomado los discípulos la última pascua con Él; este es el último 14 de Nizán que pasarán con El y aunque Jesús ya se los anuncio, tal vez ellos no han entendido que esta noche será para ellos una noche que nunca olvidarán. El Señor les ha instruido sobre un nuevo memorial para la vida del mundo entero, quizá los discípulos aun llevan en la mente la pregunta ¿qué será esto que nos ha enseñado el Maestro? Estarán sin comprender las razones que tuvo Jesús para decirles que alguien lo traicionaría, algo debió platicar Jesús con Judas y le solicitó algo con anterioridad, y por eso Judas salió antes de tiempo.

Jesús ha compartido aquella noche con sus discípulos, no sólo los alimentos, la pascua y la conmemoración de su futura muerte, ha compartido con ellos también la oración en el monte de la olivas, mientras ellos dormitaban por el cansancio, el Señor ha salido de la casa en Bethania, les ha hecho mención de que serían escandalizados como lo menciona Zacarías 13:7: “Levántate, oh espada, sobre el pastor, y sobre el hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos. Hiere al pastor, y se derramarán las ovejas; mas tomaré mi mano sobre los chiquitos.” Por otra parte les consuela con las palabras: “Mas después que haya resucitado, iré delante de vosotros a Galilea” (Marcos 14:28), y como siempre, el carácter impetuoso del apóstol Pedro aflora y se adelanta a sus compañeros respondiendo “Aunque todos se escandalicen, yo no.” Aquí comete el error de descalificar a sus compañeros y amigos, suponiendo que sus compañeros se escandalizarán, y asevera que él no lo hará, que su amor por el Maestro es tan grande que no se ha de escandalizar aunque el resto lo hiciera.

Cuando Jesús lo escucha le anuncia la célebre sentencia: “Antes que el gallo cante dos veces me negaras tres veces.” A pesar de tal sentencia, el Apóstol equivocadamente insiste: “Mas él con mayor porfía decía: Si me fuere menester morir contigo, no te negaré.” Un error, otro y uno más.

¿Cuántas veces en nuestra vida religiosa nos portamos como aquel común pescador, que a pesar de tres años y medio de vivir bajo las enseñanzas del Señor, no hemos aprendido a dejar que nuestro espíritu madure y seguimos respondiendo con los labios solamente? Considero que esta escena persiguió al apóstol por el resto de su vida en esta tierra. Esa noche Pedro aprendería que la lengua es un miembro pequeño que se apodera de nuestro ser por completo (Santiago 3:5-8) y que a veces hablamos las cosas por responder y no quedar mal ante los demás, sin darnos por enterados que lo que estamos diciendo frente al que todo lo oye y todo lo ve. Saber que esto es una promesa para con Dios y es de suma importancia cumplir.

Pedro prometió que de ser necesario daría la vida por su Maestro, es claro que un grave error, error que procuraría pagar el resto de su vida; lo cual nos hace reflexionar que para servir a Dios, a Jesús y al evangelio, hay que saber esperar, aprender a menguar nuestro carácter para que el espíritu de Dios crezca en nuestras vidas. Esa noche sólo fue el inicio de lo que en la actualidad llamaríamos un curso intensivo para Pedro y el resto de los discípulos de Jesús, que habrían de convertirse en hombres capaces de dar la vida por un ideal que Dios había puesto en sus corazones y que también ha sido puesto en el nuestro, no lo olvidemos nunca: rescatar a aquellos que sufren por no tener a Dios en sus vidas.

El maestro ha terminado sus oraciones en el monte de las olivas, ha despertado a los cansados discípulos de su sueño, el evangelista Lucas dice que mientras Jesús oraba, le aparece un ángel y le conforta (Lucas 22:43), sabiendo Jesús lo que sucedería a continuación, en cuanto se acerca la turba que viene dispuesto a aprehenderlo, se anticipa a sus captores que han llegado guiados por Judas (quien lo escuchó durante el tiempo de su predicación y que después, tal vez muy tarde, se arrepentiría de sus actos), y pregunta “¿A quién Buscáis?” a lo que aquellos hombres responden: a Jesús Nazareno, diceles Jesús “Yo soy”, no estaban preparados para ver y oír que aquel hombre tuviera tal poder y a su sola respuesta, la turba retrocede ¡Qué voz de aquel varón! Su seguridad, la fuerza que emana de su Dios, hace que la gente frente a Él retroceda, a lo que Jesús vuelve a preguntar ¿a quién buscáis? Y ellos responden: A Jesús Nazareno, respondió Jesús: “Os he dicho que yo soy; pues si a mí buscáis, dejad ir a éstos...” para que se cumpliesen las palabras que había pronunciado antes en su oración final (Juan 17:12).

Jesús refleja en este momento lo que siempre ha procurado para el mundo entero, la seguridad de los suyos. Como muchas ocasiones, el impulso de aquel simple pescador lo vuelve a traicionar, quizá recordó que horas antes le había prometido a su maestro que no lo dejaría, pero ahora pasa de palabras a acciones, una acción que es total y completamente diferente a lo que Jesús siempre les ha predicado, o acaso ¿alguna vez oyó o vio a Jesús tener esta clase de actitudes? Por un momento Pedro (que años después sería uno de los hombres más pacíficos aceptando la reprimenda que le hace Pablo), saca la espada y ataca, pensando quizá que así podría permitir que su Maestro escapara. Su carácter violento surge como una bestia que ha sido herida y busca con frenesí defenderse, pero Pedro lo hace pensando en ser heroico, lo cual es inútil, de un tajo corta la oreja de Malco, el siervo del sumo pontífice. Tres de los evangelios relatan que Jesús se inclina a Malco quien seguramente esta aturdido y quizá no se ha dado cuenta de la magnitud del daño hacia su persona, Jesús lo sana (como a muchos de nosotros, sana nuestras heridas y cura nuestra podrida llaga), con mano firme y rostro apacible, después gira hacia este hombre que ha olvidado todo cuanto le ha sido enseñado y le dice: “Mete tu espada en la vaina: el vaso que el Padre me ha dado, ¿no lo tengo de beber?” (Juan 18:11) “¿A caso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y Él me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo, pues, se cumplirán las Escrituras, que así conviene que sea hecho?” (Mateo 26:53-54). Pedro, quizá por el calor del momento, los nervios o miedo a lo desconocido, ha olvidado todos los sucesos que ha vivido con aquel varón, la pesca abundante, la expulsión de demonios, la caminata sobre la mar, la voz que calmó la tormenta, la resurrección de muchos, incluido Lázaro; la sanación de los ciegos… Aquel Jesús… ¿no podía defenderse? y ¿necesitaría que un hombre con espada lo defendiera? A veces hoy día olvidamos toda la enseñanza de aquel Hijo de Dios hacia nosotros y somos impulsivos tanto o más que aquel Pedro. La noche se apodera de todo, y pareciera que todo está perdido al igual que Pedro; nosotros, la Iglesia de Dios, olvidamos la esencia del evangelio y actuamos contrariamente a los designios y enseñanzas de Jesús y su Padre cuando prometemos lo que no podemos o no queremos cumplir, cuando agredimos en lugar de permanecer callados y pedir en oración por los demás, o cuando en lugar de ser discípulos de Cristo nos tornamos como aquellos Fariseos fanáticos y no queremos oír ni ver lo que Dios nos está gritando con amor. Con tristeza vemos que así somos muchos de los hijos de Dios cuando usamos la biblia a nuestro parecer para ofender y no para instruir, para destruir y no para ayudar a construir lo que algunos de nuestros hermanos han construido durante mucho tiempo, somos aquel Pedro sacando la espada olvidando el amor que Jesús nos ha enseñado siempre, amar a nuestro prójimo y aun a amar a quien se considera nuestro enemigo, olvidamos las promesas que le hicimos a ese Dios de amor que nos rescató de lo más vil del mundo y nos ha permitido estar entre los príncipes de su pueblo escogido, aquellas promesas hechas en el río en donde Dios ha sepultado nuestras culpas y errores.

Jesús ha sido introducido en el palacio, y Pedro en su necesidad de saber qué sucede con su Maestro, a quien seguramente ama ya que lo sigue, quizá esperando el momento de actuar, llega hasta el patio de los captores de Jesús, busca ahora el calor del fuego en el patio, al calor del fuego y a la luz de la fogata, una mujer que servía allí lo reconoce y lo señala: “Y este con él estaba” (Lucas 22:56). Seguramente sintió la mirada acusadora de los restantes en el lugar, y ahora con la misma firmeza que desenvaino la espada para defender a su maestro miente y lo niega diciendo: “Mujer, no lo conozco” un poco de tiempo después otro le reconoce y Pedro es señalado , a lo que responde con firmeza “Hombre, no soy”, lleva dos mentiras y tal vez no se ha percatado de ello, después de una hora alguien más afirma: “verdaderamente éste estaba con él porque es Galileo” los otros evangelios atestiguan “Porque aún tu habla lo manifiesta”. Pedro, tal vez ha procurado pasar desapercibido, inclusive quizá, ha intentado fraternizar, platicar con los captores de Jesús, pero su figura, su vestimenta y aún su manera de hablar lo ha delatado, y esta vez tendrá que ser contundente en lo que responda, quizá responde de manera áspera y afirmando: “Hombre, no sé qué dices”, Mateo dice: “Entonces comenzó a hacer imprecaciones, y a jurar, diciendo: No conozco al hombre.” (Mateo 26:74), Marcos Dice: “Y comenzó a maldecir y a jurar: no conozco a este hombre de quien habláis” (Marcos 14:71). Responde inclusive de manera ofensiva. Olvida que Jesús le enseñó el amor y no la ofensa, este Pedro es diferente al Pedro que prometió a Jesús no negarle, es alguien que Satanás ha llenado de temor y dudas y que busca librar su vida a cualquier precio… ¿Alguna vez ha negado a Cristo como aquel hombre? Espero que no lo hayamos hecho, pues el arrepentimiento y la lección serán muy duros, y quizá no logremos salir como Pedro y nuestra salida sea la de Judas Iscariote alejándonos de Dios para muerte.

Tres ocasiones ha sido señalado como amigo y seguidor de Jesús, las mismas ocasiones que ha negado conocerle, no recuerda lo que le prometió hace algunas horas, es más grande su miedo a ser apresado y padecer lo que ha visto que le hacen a aquel varón, que lo único que ha hecho es amarlos. ¿Qué distancia existía entre Pedro y Jesús? No lo dice la escritura, pero el evangelio de Lucas asegura que el gallo canto dos veces y ahora ese Jesús a quien Pedro procuraba negar, voltea a mirarlo, por algunos momentos las miradas de Pedro y Jesús se han cruzado, la mirada de Jesús aún llena de amor hacia aquel que ha negado tres veces siquiera conocerle, tal vez perdonando la falta de Fe de aquel pescador, entendiendo la humanidad que todavía aflora sobre el espíritu. Pedro al ver aquellos ojos tiernos llenos de amor aún para él, se colapsa, siente como su yo interno se derrumba ante sus ojos, aquel Jesús no lo acusa, por el contrario, le perdona; el ego que le acompañó durante su vida hasta ese instante y lo impulsa a anticiparse a todo y a todos, se ha derrumbado, el gallo ha cantado por segunda vez y no puede dar marcha atrás, recuerda las palabras de Jesús: “ De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negaras tres veces” (Marcos 14:30).

Pedro, derrotado y angustiado, se retira del lugar, ¿qué pensamientos asaltaron su pobre mente? Lo único que dicen los evangelios es que lloró amargamente, los evangelios no hablan más de este pescador hasta tiempo después ¿Qué sucedió esa noche? ¿Lloró toda la noche? ¿Dónde estuvo ese fatídico día? No lo sabremos hasta que el Señor Jesús vuelva al mundo otra vez, podríamos imaginar muchas cosas, pero la verdad murió con Pedro hace ya muchos años.

Lo que causó las situaciones de esa noche en aquél pescador debieron ser devastadoras, pero Pedro nos mostró una vez más aquel carácter impulsivo, sólo que ahora con un nuevo elemento, el espíritu de Dios en su vida y después de dudar y equivocarse una y otra vez resurge un nuevo Pedro dispuesto a hacer lo que Jesús le pida, listo para morir si es necesario, ya no hay miedo en aquel hombre solo hay un propósito, servir a Dios y a Jesús, el miedo ha pasado a segundo término; así lo demuestra en el discurso a los hebreos el día del pentecostés: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con lo once, alzo su voz” (Hechos 2:14). El miedo ha pasado, ahora el ímpetu que lo movía, lo ha hecho nuevamente tomar la voz sobre sus hermanos, solo que esta vez ha permitido que el espíritu sea el que hable, ya no su humanidad.

Lo que es cierto, es que hubo un encuentro entre Pedro y el Señor, Pablo lo menciona en 1ª Corintios 15:5 “Y que apareció a Cefas y después a los doce, después apareció a más de quinientos hermanos juntos, después a todos los apóstoles.” Esta aparición cambió la vida de Pedro para siempre, lo hizo una mejor persona lo ayudó a ser valiente y emprendedor, le ayuda a escribir recomendaciones para la iglesia que hasta el día de hoy respetamos y vemos como una de las mejores enseñanzas de aquel Pedro: “Dejando pues toda malicia, y todo engaño, y fingimientos, y envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual, sin engaño, para que por ella crezcáis en salud” (1ª de Pedro 2: 1-2). Pedro, al final de su vida, logró ser como ese niño sin malicia, que deseaba las enseñanzas de Jesús como el bebé que llora por su alimento, y dedicó su vida a Dios.

Si este humilde pescador logró superar los obstáculos que muchos no pueden superar, y atribuyen a su estado de humanidad el no poder superar las pruebas, él supero la prueba al final y escribe: “Carísimos, no os maravilléis cuando sois examinados por fuego, lo cual se hace para vuestra prueba, como si alguna cosa peregrina os aconteciese” (1ª Pedro 4:12). Note el amor al llamarnos carísimos (o muy amados) y nos parezca increíble que seremos probados por fuego como él, de forma peregrina, lo que significa que será de forma pasajera. Debemos esperar en Dios y minimizar nuestra humanidad para poder superar las pruebas venideras, cumplamos nuestras promesas y votos hechos a nuestro Dios.

Hermano ¿Cuántas veces somos como aquél Pedro? Hemos estado con el Señor 10, 15 o quizás 20 o más años, pero aún seguimos sin cumplir las promesas hechas a Dios, pensamos que Dios no recuerda las promesas hechas, olvidamos lo que inspirado divinamente Salomón escribió: “Cuando a Dios hicieres promesa, no tardes en pagarla, porque no se agrada de los insensatos. Paga lo que prometieres” (Eclesiastés 5:4) Dios no se agrada de nosotros cuando no hemos cumplido nuestra promesa de mantener nuestras vestiduras limpias, hemos fallado y necesitamos detenernos a pensar que Dios quiere que nosotros seamos lo mejores, quiere que seamos esos líderes que lleven a la mayor parte del mundo a un nuevo comienzo. Pablo alentaba a sus hermanos en Roma: “Y no os conforméis a este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cual sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2)

Dios en su infinita misericordia nos presta aún la vida día a día, esperando que como el hijo prodigo regresemos a Él con nuevas fuerzas, arrepentidos de malgastar los dones que nos otorgó en cosas que nos han llevado lejos de su infinito amor, hoy es un día agradable para volver el rostro hacia Dios y tornar a Él, quien nos recibirá con amor y nos ayudara a salir de las pruebas, recuerda lo que escribió el profeta: “Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojo, dejad de hacer lo malo:…Venid luego, dirá Jehová y estemos á cuenta: si vuestro pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos: si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:16,18), eso solo, sí estamos dispuestos a cumplir con lo que le prometimos. Dios les Siga Bendiciendo hoy y siempre.

Diác. Fredy Medina Roman

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