El Misterio de la Piedad

“Y sin contradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne; ha sido justificado con el Espíritu; ha sido visto de los ángeles; ha sido predicado a los Gentiles; ha sido creído en el mundo; ha sido recibido en gloria.” 1ª Timoteo 3:16

Pablo, el apóstol de los gentiles, en varias ocasiones manifestó lo indigno que se sentía de haber obtenido la distinción de ser portador del ministerio del evangelio del Señor Jesucristo. En algunas de sus cartas (Romanos, Efesios, Colosenses, 1ª Timoteo), Pablo habla acerca del misterio de la PIEDAD, de su sabiduría o inteligencia en el misterio de Cristo, de lo que era (y es), y de lo importante que implicaba que todos comprendieran el significado de éste.

¿Misterio? Efectivamente. Para los muchos, se cumplía este aspecto, pues no entendían a qué se refería (y muchos no llegaron a comprenderlo). El mismo apóstol nos da un indicio para vislumbrar aquello que él llamaba el “misterio”. ¿Qué es? Bueno, la palabra de Dios nos ayuda: “Para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres, más en poder de Dios. Empero hablamos sabiduría de Dios entre perfectos; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que se deshacen: Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria.” (1ª Corintios 2:5-7)El apóstol les dice y recuerda a los corintios que él les había hablado sabiduría de Dios en misterio, aquella sabiduría que está reservada para los perfectos, para los que quieren y buscan la voluntad de nuestro Dios; es decir, para los suyos. También nos recuerda que por la usencia de dicha sabiduría, los hombres de aquel siglo (de aquel tiempo) crucificaron al Señor de gloria. Por lo que deducimos que dicho misterio es sabiduría del Alto y Sublime.

La profecía de Isaías ya había anticipado que cuando se manifestará esa sabiduría (encarnada y manifestada en el mismo Hijo de Dios), ésta se constituiría por piedra de tropiezo para las dos casas de Israel (Judá e Israel) y por tropezadero para caer, y por lazo y por red para el morador de Jerusalem (Isaías 8:14); y en efecto, nos damos cuenta que cuando el apóstol comienza su predicación, para muchos resulta confusa, inadmisible, inaudita; sin embargo, el pueblo de Dios ya había sido avisado de ello, cuando por medio del mismo Moisés ellos recibieron el mensaje de Dios, que les decía: “…Yo también los moveré a celos con un pueblo que no es pueblo, con gente insensata los haré ensañar,” (Deuteronomio 32:21) “Mas nosotros predicamos a Cristo crucificado, a los Judíos ciertamente tropezadero, y a los Gentiles locura; empero a los llamados, así Judíos como Griegos, Cristo potencia de Dios, y sabiduría de Dios.” (1ª Corintios 1:23, 24).

Gente “insensata”, gente que no era del pueblo de Dios se le permitiría correr y conocer a Dios, distinción que sólo era para los judíos. En este suceso, se cumplía lo que simbólicamente había narrado el profeta Isaías: “La bestia del campo me honrará, los chacales, y los pollos del avestruz: porque daré aguas en el desierto, ríos en la soledad, para que beba mi pueblo, mi escogido.” (Isaías 43:20)

Esta situación movió o motivó que muchos judíos comenzaran a predicar a Cristo conforme a lo que ellos alcanzaban a comprender, pues no concebían la salvación sin tener que guardar los ritos de la Ley de Moisés: “Entonces algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: que si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos.” (Hechos 15:1)

Dicho misterio no fue comprendido por el apóstol Pedro sino hasta que entendió, por el testimonio de Cornelio, porqué Dios le había mostrado la visión de aquel lienzo que atado por los cuatro cabos, era bajado a la tierra, y en la cual también se le recalcó que no llamara común (e inmundo) aquello que Dios había limpiado. El testimonio de Cornelio relataba cómo el ángel de Dios le había dicho que sus oraciones y limosnas habían subido en memoria a la presencia de Dios; es decir, habían sido aceptadas con agrado delante de Dios y por ello recibía respuesta de él. La demostración de ello lo vemos cuando leemos en el capítulo 10 de Hechos que dicho mensaje había llegado a Cornelio por medio de un ángel de Dios. 

Dios, por medio de Isaías, había anticipado que “bestias” comunes (no limpias) lo honrarían (Isaías 43:20); pueblos gentiles, tipificados en “animales comunes” tendrían ahora la oportunidad de conocerlo, de honrarlo, de llegar a él. De toda especie de “animales” eran aquellos que a Pedro se había invitado a tomar, matar y comer.

En la narración de Hechos 10, vemos cómo el mismo Pedro comienza su discurso en la casa de Cornelio mencionando aquella primera barrera que tenía que superar él y cualquier judío que aceptara el evangelio salvífico del Señor Jesucristo: “Y les dijo: Vosotros sabéis que es abominable a un varón Judío juntarse o llegarse a extranjero; más me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (ver. 28). El relato explica cómo, mediante la visión del lienzo y el testimonio de Cornelio, Pedro comprendió que Dios estaba abriendo la oportunidad a todos (judíos y gentiles) de escuchar el evangelio de salvación: “Por verdad hallo que Dios no hace acepción de personas. Sino que de cualquiera nación que le teme y obra justicia, se agrada.” (Hechos 10:34, 35) estas fueron las palabras que exclamó Pedro cuando oyó lo que el ángel había dicho a Cornelio.

A pesar de lo que Pedro comprendió en casa de Cornelio, no fue tampoco tan sencillo para él mismo. Por la carta a los Gálatas sabemos que el apóstol Pablo reclamó delante de todos a Pedro su disimulo, pues cuando estaba con los judíos (por temor de ellos y lo que dijeran) se apartaba de los gentiles o constreñía a los gentiles a judaizar -para ser aceptados por los judíos-. (Gálatas 2:11-14).

Fue precisamente en Antioquía donde Pablo explica a Pedro que no es por las obras de la ley, que el hombre es justificado delante de Dios, sino por la fe en el Hijo de Dios, Jesucristo: “… nosotros también hemos creído en Jesucristo, para que fuésemos justificados por la fe de Cristo, y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada.” (Gálatas 2:16)

En este misterio (sabiduría de Dios) que muchos no habían comprendido, estaba basado el mensaje del evangelio que Pablo predicaba: “Leyendo lo cual podéis entender cuál sea mi inteligencia en el misterio de Cristo: El cual misterio en los otros siglos no se dio a conocer a los hijos de los hombres como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas en el Espíritu: que los Gentiles sean juntamente herederos, e incorporados, y consortes(copartícipes) de su promesa en Cristo por el evangelio.” (Efesios 3:4-6)

Por lo anterior, ahora conocemos porqué Pablo afirmaba que la palabra que predicaba era (y es, para nuestro tiempo) fiel y digna de ser recibida de todos, pues Cristo Jesús se había manifestado en esta tierra para salvar a los pecadores. Lo que llama nuestra atención, es que el apóstol no menciona que esos pecadores fueran sólo judíos, sino TODOS los pecadores, entre los cuales, él se pronunciaba como el primero, pues había sido blasfemo, perseguidor e injuriador (1ª Timoteo 1:13).

Derivado de lo antes expuesto, nos damos cuenta porqué el apóstol Pablo explicó con gran determinación, principalmente a los judíos, acerca de la sabiduría, la justificación, la santificación y la redención dadas por el Señor Jesucristo. La sabiduría, porque fue precisamente el mismo Hijo de Dios quien vino a enseñar al ser humano el conocimiento (no de este mundo) que viene del Padre y que hace perfecto al ser humano. Cuando el Hijo de Dios da a conocer el evangelio, él mismo daba testimonio que la palabra o la doctrina que Él enseñaba no era suya, sino de aquel que le había enviado, el Padre. “Respondióles Jesús, y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquél que me envió.” (Juan 7:16); “Yo hablo lo que he visto cerca del Padre…” (Juan 8:38 y verso 28); “Porque yo no he hablado de mí mismo; más el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.” (Juan 12:49) Así es como corroboramos que dicha doctrina, palabra y conocimiento, no era cualquier mensaje, era sabiduría de lo alto. Por efecto de la piedad, se enseñó la verdad, la doctrina que viene de lo alto, las sanas palabras… “Esto enseña y exhorta. Si alguno enseña otra cosa, y no asiente a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad.” (1ª Timoteo 6:3); “Pablo, siervo de Dios, y apóstol de Jesucristo, según la fe de los escogidos de Dios, y el conocimiento de la verdad que es según la piedad.” (Tito 1:1)

JUSTIFICACIÓN GRATUITA

Muchos de los judíos que oyeron la predicación del evangelio de Cristo, se confundieron al pensar que para poder tener oportunidad de ser partícipe de las promesas del pacto de nuestro Dios, los gentiles (los varones) debían llevar en su carne el sello del pacto entre Dios y el patriarca Abraham. Es precisamente Pablo quien, con grande sabiduría, explica este aspecto. En su epístola a la Romanos, Pablo hace uso de la enseñanza que había recibido de lo alto –misma que había obtenido de parte del mismo Señor Jesucristo-, pues muestra a todos aquellos judíos que la circuncisión no era más ya en la carne, sino la que se lleva en el corazón. Ese pacto (o señal) ya no era necesario que fuera manifiesta en lo exterior (por cuanto la carne no heredará el Reino del Señor, 1ª Corintios 15:50), sino la que es manifiesta del interior de cada ser humano, la de su corazón, pues este muestra efectivamente la intención verdadera del ser humano (Jeremías 9:26; Deuteronomio 10:16; Romanos 2:28, 29). Siendo que el más grande ejemplo que el judío tenía para objetar el acercamiento del hombre hacia Dios, era el del patriarca Abraham, Pablo aborda y explica este tema de una manera magistral: “¿Qué, pues, diremos que halló Abraham nuestro padre según la carne? Que si Abraham fue justificado por la obras, tiene de qué gloriarse; mas no para con Dios.” (Romanos 4:1) Pablo muestra que para el caso particular de Abraham, el CREER le fue atribuido para justicia delante de Dios, pues él oyó, atendió y obedeció su voz, para salir de Ur de los caldeos hacia un lugar que no conocía, y no solamente él, sino toda su parentela. Antes de ejecutar cualquier acción, Abraham creyó a la voz de Dios. Pablo entendió perfectamente que “Al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia. Como también David dice ser bienaventurado el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras.” (Romanos 4:5, 6) Además, clarifica que tanto judíos y gentiles estando bajo pecado, lo único que pudo liberarnos de dicha condenación fue el sacrificio cruento del señor Jesucristo: “Mas ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, testificada por la ley y por los profetas: la justicia de Dios por la fe de Jesucristo, para todos los que creen en él: porque no hay diferencia; por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios; siendo justificados gratuitamente por su gracia por la redención que es en Cristo Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.” (Romanos 3:21-25; lea también 4:25; 5:18, 19)

CONCLUSIÓN

Concluimos pues, que el llamado “misterio de la piedad” encerraba muchas cosas, entre ellas: el mensaje de lo alto, la predicación del mismo, la demostración de éste en la vida de Jesús, la manifestación del amor de Dios al dar a su Hijo en propiciación de los pecados del género humano, la corrección del pensamiento judío, el llamamiento de los gentiles, el conocimiento de la verdad, la manifestación de la esperanza de la vida eterna, etc.

Por lo anterior es que ahora comprendemos las palabras del apóstol Pablo cuando decía: “Porque el ejercicio corporal para poco es provechoso; más la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.” En efecto, la piedad para todo aprovechó, manifestó la misericordia de Dios al enviar a su Hijo con su mensaje, dio salvación y redención, mostró el verdadero amor (el de Dios), enseñó al hombre el conocimiento que lo hace perfecto y manifestó la promesa de la vida eterna (Tito 1:1,2)

Diác. Hubert Medina Román

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