En alguna parte de nuestra vida, todos tenemos o vivimos con la ilusión de una esperanza; recuerdo por ejemplo, que de pequeño mi padre nos decía: “Hijos, cuando salga esta cosecha, les compraré ropa,” esta promesa originaba en mis hermanos y en mí una esperanza, en razón de la cual nos levantábamos temprano para trabajar arduamente cada jornada, para que se pudiera lograr una buena cosecha, y poder así obtener el premio prometido, nuestra ropa; era así, como la esperanza de obtener lo que deseábamos, lo que nos impulsaba a trabajar.
En la actualidad, esto mismo sucede a veces con algunos niños, a quienes sus padres les ofrecen como premio a su obediencia, un juguete o tal vez algún videojuego; y esa esperanza de tener el premio, les motiva para poner todo su esfuerzo en la realización de lo que le encomiendan, aunque la promesa de recompensa sea solamente un dulce.
Pero el sentimiento de una esperanza no sólo es exclusivo de los niños; también los adultos experimentamos en un momento dado, como dije inicialmente, alguna ilusión. La mujer por ejemplo, al casarse, tiene la esperanza de algún día tener un hijo; y después, ese hijo, verlo crecer, también tiene la esperanza de que ese hijo estudie y sea un triunfador.
Aunque todo lo anterior, son ejemplos de lo que es tener una esperanza, que nos ilusiona, que sirve para motivarnos en nuestra vida para realizar tal o cual actividad, lo cierto es, que todo esto no deja de ser una esperanza que no puede ser viva, pues está basada en bienes materiales, en cosas efímeras o pasajeras, que finalmente por su naturaleza no son eternas.
Por lo anterior, como miembros de la Iglesia de Dios, debemos considerar detenidamente, para valorar la grande bendición que tenemos al poder contar con la mejor y más grande esperanza que pueda existir ¡La Esperanza Viva! Que viene de Dios.
Si, Esperanza Viva, por lo que puede generar, que va desde tener el pleno conocimiento de la existencia de un Dios Verdadero, a quien podemos servir y que es galardonador de los que les buscan; así como el que, por esa misma esperanza, podemos desechar entre otras muchas cosas, los rencores, que no nos dejan nada bueno, y por lo contrario, el tenerlos o vivirlos, nos apartan de Dios.
Es por esa Esperanza Viva, que tenemos en Dios y en su recompensa, que ahora, más que nunca, nos debemos esforzar para recibir lo que el Señor ha prometido, lo cual no sólo es invaluable, sino que no tiene comparación alguna, pero sobre todo, con la firme convicción de no correr el riesgo de sufrir la desilusión de que no se cumpla la entrega de lo prometido, pues sabemos por la misma esperanza que tenemos, “que fiel es el que prometió”
Min. Rosendo Ruiz Juárez
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