La Muerte de los Santos

Por lo general, tratamos de hablar lo menos posible acerca del tema de la muerte, y aunque a veces lo platicamos, es difícil pensar que moriremos, aunque lo sabemos. Más difícil, es pensar en la muerte de un ser querido: padre, madre, hijo, abuelo, tío y cuando sucede esto, es muy doloroso y nos preguntamos ¿Por qué sucede? ¿Por qué él o ella? Pero “… ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte?” Salmos 89:48. “… ¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es un vapor que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.” Santiago 4:14. 

Esto es lo que tenemos que reflexionar: que nuestro paso por este mundo es momentáneo y aunque lo reconozcamos, cuando nos enfrentamos a este hecho es difícil aceptarlo, pero mientras peregrinamos en este cuerpo carnal, debemos también estar conscientes que ha de morir: “…lo que tú siembras no se vivifica, sino muriera antes” (1ª Corintios 15:36). 

Todos conocemos que ésta es la condición que vivimos, pero cuando algún miembro de la Iglesia, niño, joven o adulto perece, nos preguntamos ¿Por qué él? “Si el Señor Jesús dijo… yo he venido para que tengas vida…” (Juan 10:10), ¿Será que el hermano(a) se portó mal? ¿Es un castigo de Dios a sus padres?, o qué ¿no estamos en la Iglesia verdadera? O ¿Por qué nos aconteció esto? ¿Por qué?, son algunas de las preguntas que pasan en nuestra mente y más cuando el fallecimiento es por algún suceso terrible, pero tenemos que aceptar que así sucede, como dice el libro de Eclesiastés “…hay justos a quien sucede como si hicieran obras de impíos, y hay impíos a quienes acaece como si hicieran obras de justos…” Eclesiastés 8:14. 


El libro de los Salmos nos pregunta “… ¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librarás su vida del poder del sepulcro?” (Salmos 89:48), es una pregunta que debemos hacernos y que, aunque sabemos la respuesta, poco meditamos en ella. Nuestro Dios nos pide que reflexionemos en algo más: “aun hay esperanza para todo aquél que está entre los vivos;…” Eclesiastés 9:4. 

La reflexión que nuestro Padre Celestial quiere que hagamos es, que mientras tenemos oportunidad de mejorar nuestra forma de ser delante de nuestro Creador, lo hagamos y no perdamos ese tiempo precioso “porque en la muerte no hay memoria de ti: ¿Quién te loará en el sepulcro?” (Salmos 6:5), y lo que es más triste y delicado aun, es que si no estamos a cuentas con Dios en esta vida, y nos reivindicamos con él, no podremos despertar para recibirle. 

Pero, hay un punto en el que tal vez no hemos meditado, y es: “estimado es en los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” (Salmos 116:15), porque, cuando en verdad hemos obedecido a Dios no hay razón de porqué dolernos, sino al contrario, ya que si en verdad hemos caminado tomados de su mano, tenemos una muy grande esperanza: “Porque el que es muerto, justificado es del pecado.” (Romanos 6:7), porque ya no hay peligro de quedarnos fuera de ese Reino que el Señor nos prometió, sino por lo contrario, estar seguros de que: “Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él.” “Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, ya no muere: la muerte no se enseñoreará más de él.” “Porque el haber muerto, al pecado murió una vez; más una vez; más el vivir, a Dios vive.” (Romanos 6:8-10). 

Pero, este es el punto que nos atormenta, cuando tenemos dos pensamientos (1ª Reyes 18:21) es cuando sufrimos, porque no tenemos esa confianza de que hemos vivido a plenitud nuestra fe, “cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; y la expectativa de los malos perecerá.” (Proverbios 11:7), pero, es aquí, donde tenemos que aferrarnos más a nuestro Dios y al Señor Jesús, porque no sabemos, cuándo vendrá, ó, el día de nuestro dormir en el sepulcro; por lo cual nos es conveniente el tener que luchar, para que si muramos hoy, mañana o en cualquier momento, de cualquier manera puedan ser nuestras esas palabras bellas: “si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi mutación.” (Job 14:14), porque, en verdad que bello ha de ser, poder ver a Aquél que murió por darnos vida, como dice Salmos 17:15: “yo en justicia veré tu rostro: seré saciado cuando despertare a tu semejanza.” 

Tenemos tan grande y bella esperanza, de la Vida Eterna, la cual, nos debe motivar, y además, esforzarnos, para no pensar porqué murió él o ella, sino estar firmes a ese llamado y hacer nuestras esas palabras: “no moriré, sino que viviré, y contaré las obras de Jehová.” (Salmos 118:17). 

Es aquí, donde cada uno de nosotros debe meditar y también alentarse unos a los otros, cuando podamos despertar de aquel sueño, que sólo es la antesala de estar ante la presencia del Creador de todo. 

“Tampoco, hermanos, queremos que ignoréis acerca de los que duermen, que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con él a los que durmieron en Jesús. Porque el mismo Señor con voz de arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.” (1ª Tesalonicenses 4:13, 14, 16) Sin olvidar también que: “…mas el justo en su muerte tiene esperanza.” (Proverbios 14:32) y algo mayor aún, la cual nos debe hacer sentir que la muerte, no es una pérdida irreparable, o un castigo de Dios, sino por lo contrario, tener siempre presente, especialmente en esos difíciles momentos de dolor que: “estimada es en los ojos de Jehová la muerte de sus santos.” (Salmos 116:15). 

Obrero Jared Mendiola Austria, de Xalapa Ver. 

1 comentario:

hno. jared mendiola austria dijo...

que lindo y es la realidad de la vida, tenemos que tener una relación intima con Dios por que lo necesitamos mucho todos