Cuando se nos habla de prioridades, pensamos en todas las cosas que son importantes para nosotros, la familia, la escuela, el trabajo, los amigos. ¿Y Dios? ¿En qué peldaño dejamos al Ser a quien debemos lo que somos y todo lo que tenemos? La Biblia nos dice: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura”, pero ¿Qué pasa cuando anteponemos nuestros deseos a la voluntad de Dios?
Si bien es cierto, que desde la infancia soñamos con lograr nuestros objetivos y nada se interpondrá ante eso. Nunca elaboramos un plan de vida en el que jerarquicemos, de acuerdo a su importancia, a los seres y acontecimientos que nos encontramos en el camino. Y es que pareciera imposible hacer un plan de vida a largo plazo, dado que no podemos saber lo que nos traerá el día de mañana. Pero ¿Y qué hay de Dios? ¿Acaso no es Él quién construye nuestra vida?
Hay aspectos en los que tal vez, no nos ha sido posible elegir. Por ejemplo, el nombre que tenemos, ya que lo escogieron nuestros padres; o la familia a la que pertenecemos; pues nacimos dentro de ella, y nos agrade o no, así será por el resto de nuestras vidas. Sin embargo, hay situaciones que se presentan ante nosotros y somos los únicos responsables de las decisiones que tomamos al respecto: escoger el credo que tenemos, nuestra ideología, la forma en que nos comportamos, la carrera que estudiaremos, el o la persona con la que formaremos un nuevo hogar.
Y claro que todos pasamos por el mismo proceso. Recién elegimos algo cuando ya se nos presenta una nueva decisión. Vamos creciendo y las decisiones se vuelven más importantes, con mayor alcance y quizá también con un riesgo mayor. Pero no hay razón para angustiarse, ni para querer correr cuando aún estamos aprendiendo a caminar. Todo requiere de un tiempo de sazón, si insistimos con saltarnos etapas en nuestras vidas, al final vamos a desear regresar por alguna de ellas. Las Sagradas Escrituras nos dicen: “…todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su tiempo: tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar…” (Eclesiastés 3:1-3).
Cuando éramos niños, no teníamos grandes preocupaciones. Solo era cuestión de ir a la escuela, hacer tareas; divertirse con los amigos, y el fin de semana, asistir a la iglesia.
Llegamos a la adolescencia y enfrentamos un fuerte cambio. Las cosas y las situaciones parecen estar en nuestra contra. Una serie de cambios, tanto físicos como emocionales empiezan a crear un conflicto en nosotros, y sobre todo, llegan los momentos en los que las decisiones parecen tener no dos caminos, sino muchos por los cuales podemos ir, y que desconocemos completamente.
Lo importante ante esto, no es el número de posibilidades que tenemos para escoger, ni lo rápido que sepamos decidir; lo realmente necesario, es que acudamos al medio más certero para no equivocarnos, nuestro Dios. Pero además, en el momento de decidir, debemos tomar en cuenta algo muy importante, ¿sacrificaremos crecimiento espiritual por completar nuestro crecimiento en otros ámbitos?
Él conoce todas las cosas, para Él nada está oculto. Las Sagradas Escrituras nos narran innumerables historias en las que los hombres se sujetaron a su voluntad y siempre pidieron su auxilio en la toma de decisiones. Porque así dice la Biblia: “Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús” Filipenses 4:7
Es por ello que debemos pensar claramente cuáles son nuestras prioridades y su razón de ser en nuestro plan de vida, qué es lo que influye para que tengan dicha importancia. Pero lo primordial es reflexionar si Dios y nuestra edificación espiritual están en los primeros lugares. Si así es, tenemos mucho camino avanzado; y tal vez tenemos la firme convicción de que el Señor guiará nuestra toma de decisiones y reafirmará ese plan de vida que hemos imaginado; pero debemos echar mano de nuestra disciplina y de un compromiso certero con Dios. No solo es cuestión de pedirle que nos ayude y nos bendiga en lo que hagamos, sino de crear un compromiso responsable con Él.
Por tanto, una vez que tengamos claros nuestros objetivos, nuestras metas y la posición que tiene Dios y cada uno de los aspectos que conforman nuestras vidas, debemos tener conciencia de que el Señor da el crecimiento a todo trabajo y a toda obra que sea encomendada en sus manos; es solo cuestión que en nosotros exista la certeza de aquello que buscamos y lo que deseamos hallar, dejando que el Espíritu de Dios vaya trazándonos el camino que hemos soñado transitar.
“Empero si lo que no vemos esperamos, con paciencia esperamos” Romanos 8:25
Susana Martínez Pérez
Tenayuca, Estado de México.
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