La vida es difícil en condiciones normales, pero, para los verdaderos cristianos lo es mucho más, no de balde la sentencia después del pecado allá en el Génesis fue una vida de sufrimiento, de dolor, de esfuerzo, de trabajo agotador; y si esto lo fue para toda la humanidad, los hijos de Dios tendrían que pasar forzosamente por situaciones todavía más difíciles. Uno de los temas en la predicación de los apóstoles, hacia la naciente Iglesia, fue precisamente: “que a través de muchas tribulaciones entraríamos al reino de Dios,” Hechos 14:22, de lo cual podemos sentenciar que: quien oferte la felicidad, y la solución a todos nuestros problemas como por arte de magia, a manera de eslogan para traer almas a la Iglesia, está muy equivocado, y no está siendo honesto. La verdad es que no es así, y si eso creemos y eso buscamos, entonces estamos buscando en el lugar equivocado. Tampoco quiero, por otro lado, que se piense que los hijos de Dios deben vivir una vida infeliz o miserable, o que los siervos del Altísimo no pueden aspirar a tener paz, porque también eso sería una mentira.
La paz verdadera
El Señor Jesús dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, no como el mundo la da, yo os la doy,” Juan 14:27, la paz que Cristo da es especial, es verdadera, no es ilusoria como la que el mundo busca y piensa que es la paz. Esta paz que nuestro Maestro no da rebasa, extralimita por mucho, las necesidades y problemas que como humanos podamos tener, el rey David abordó también el tema: “Mucha paz tienen los que aman tu ley,” Salmos 119:165. Bien valdría hacer una separación aquí de lo que es la verdadera paz y tener necesidades y problemas, porque quizás se confundan las dos cosas y se piense equivocadamente que una lleva a la otra cosa, o que sin una, obtener la otra cosa es imposible.
De igual forma, pensemos si esos santos hombres de Dios de la antigüedad habrán disfrutado de la paz en su interior, pensemos si Jesús habrá tenido paz, si Pablo en medio de todas sus desventuras, sus sufrimientos, sus dolores, habrá tenido una verdadera paz en su corazón, la respuesta es Sí, definitivamente y rotundamente Sí, de eso no hay la menor duda (2ª Cor. 6:8-10, Fil. 2:17)
Manteniendo los brazos en alto
En el tiempo antiguo encontramos una historia que ilustra perfectamente sobre la necesidad de no desmayar en ningún momento, literalmente no bajar los brazos ante la adversidad. Esta historia nos habla de esa actitud que debemos tener frente a los momentos más difíciles que nos toque vivir, esta historia la encontramos en: Éxodo 17:8-14, “E hizo Josué como le dijo Moisés; peleando con Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; más cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés estaban pesadas; por lo que tomaron una piedra, y pusieronla debajo de él y se sentó sobre ella, y Aarón y Hur sustentaban sus manos, el uno de una parte y el otro de la otra; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada. Y Jehová dijo a Moisés, escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que del todo tengo de raer la memoria de Amalec debajo del cielo.”
Esfuérzate, sé valiente
¡Qué hermosa lección! Nos presenta esta historia didáctica, instructiva y edificante. Nos habla del esfuerzo propio, del esfuerzo que cada uno de nosotros está obligado a hacer; pero también de algo bien importante, de la ayuda que en un momento dado podemos recibir de nuestro cercanos, de algún modo nos enseña sobre la importancia de la persistencia, de la tenacidad, de ser porfiado, de ser esforzado, como más adelante habría de exhortar el propio Moisés a Josué, cuando le da la estafeta de la dirección y liderazgo sobre el pueblo de Israel, cuando éste último por orden del Señor, habría de introducir al pueblo hebreo a su destino final, después de un peregrinar de cuarenta años, le fue dicho: “Esfuérzate y sé valiente…” Josué 1:7
Sin embargo antes de estas palabras el Señor le había ofrecido un apoyo total hacia él, con tal que no se apartará de sus caminos: “…como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé,” v.5 remata el v.9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente: no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que fueres.”
Lo que realmente vale
Estas palabras no solo las podemos, más aún, las debemos hacer nuestras, en especial cuando nos sentimos atribulados, cansados, desfallecidos, cuando nuestra fe se tambalea, cuando el maligno ha permeado en nuestros pensamientos con sentimientos de desánimo, de agobio, de cansancio, de que es por demás todo nuestro esfuerzo, creo que algo que es muy importante es que entendamos que todo aquello que realmente es valioso y trascendente, tiene un alto costo, lo que es trivial y frívolo no, bien valdría aquí hacer mención de la declaración tan trascendental del apóstol Pablo, el otrora orgulloso judío, el otrora engreído fariseo y celoso de las tradiciones de sus mayores, declarando acerca de su orgullo pasado: “y ciertamente aun reputo todas las cosas perdidas por el eminente conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo y téngolo por estiércol, para ganar a Cristo.” Filipenses 3:8
¿A quién ir?
La palabra de Dios nos dice que el Señor Jesús tenía muchos discípulos, es decir, no sólo se limitaba a los doce, pero hubo un momento en que debido a sus enseñanzas algunos de ellos le abandonaron. Él mismo Maestro les interroga a sus discípulos si ellos querían también irse, a lo cual le responde: “A quien iremos, tú tienes palabras de vida eterna,” Juan 6:68, esta expresión es más trascendente de lo que parece, pues es certísimo que una vez que se ha probado y conocido lo mejor, ¿Con qué otra cosa se le puede reemplazar? ¿Qué otra cosa puede llenar el vacío de lo que lo es todo? Nada, en absoluto.
¿Qué puede ser tan fuerte?
El apóstol Pablo en el libro de los Romanos en el capitulo 8:35, aborda un tema bien importante, hace una pregunta abierta “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?” él mismo contesta con posibles causas de peso que podrían hacerlo: “…¿tribulación?, ¿angustia?, ¿persecución?, ¿hambre?, ¿desnudez?, ¿peligro? Ó ¿espada?...”
Si analizamos cada una de estas posibles causas de deserción en nuestro camino al lado del Señor, son condiciones realmente de mucho peso, situaciones que en caso de deserción incluso puedan ser consideradas legítimas; no se nos está mostrando aquí condiciones pueriles, es decir, infantiles, como las que a veces nos desaniman y por las cuales queremos abandonar a nuestro Dios, a nuestra Iglesia y nuestra fe. A que me refiero, a excusas como: “hay muchos problemas,” “no me saludó,” “hay mucha hipocresía,” “no me hablo,” “me sentí aludido en la predicación,” “es que estoy enfermo,” “es que estoy estudiando,”… etc.
La narración a que nos hemos venido refiriendo prosigue, dando testimonio de una condición común en la época: “Como está escrito: por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos estimados como ovejas de matadero,” de aquí se desprenden las causas de disidencia y deserción arriba señaladas.
La iglesia era arrastrada con mucha frecuencia, esos hermanos de la Iglesia primitiva no podían hacer planes a largo plazo, no sabían si vivirían o no al otro día, sabían bien que eran considerados como ganado en camino al degolladero, sin embargo, con todo y eso es seguro, que dado el momento, nuestros hermanos recorrieron el camino al patíbulo gozosos, porque estaban seguros en quién habían creído, de la misma forma que los apóstoles cuando eran vapuleados por los enemigos de la palabra, en lugar de causarles congoja lo sufrían con gusto. ¡Qué ironía que encontrasen gozo en el sufrimiento! Empero esto era resultado del amor, de la devoción, y la lealtad que le tuvieron a su Señor.
No obstante que para la gente común esa nueva “secta” fuera considerada como una escoria. El apóstol Pablo declara que aún en esa condición tan desfavorable: “Somos más que vencedores, por medio de aquél que nos amo,” en la carta a los hebreos dice acerca de esa misma estirpe de gente santa que, “el mundo no era digno de ellos,” 11:38, es decir, merecían algo más, algo mucho mejor, como lo que el Maestro había prometido a sus seguidores.
Pero a pesar de todo lo difícil que puede ser la vida de un verdadero cristiano, el mismo apóstol señala que: “Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.”
Si el apóstol en algo estaba seguro, era precisamente de que su militancia al lado del Señor no iba a sufrir ninguna variación por absolutamente nada.
Esta también debe ser nuestra convicción, que aunque el cielo se nos venga encima, aunque atravesemos por mil problemas, aun cuando nos sea necesario morir, o derramar nuestra sangre, nuestra fe en el Señor sea incólume, porque finalmente para quien el Señor es su Dios, ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo porvenir, absolutamente nada puede quebrantar esa unión, porque su amor por su Señor es indisoluble, es indestructible.
¡Que nuestros brazos estén en lo alto y nuestras rodillas en el suelo, ante nuestro Dios!
Min. Francisco Juárez Peréz
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